miércoles, 17 de junio de 2015

Contribuido por la señorita XX-33. El hecho ocurrió a fines de 2012.

En mi universidad hay varias chicas hermosas. Entre ellas mi maestra de deportes. Por entonces tenía que controlar mis impulsos de querer tocarle los pechos cuando ella trotaba y estos le saltaban.
Un lunes me toca deportes, así que arreglé mi uniforme para que me quedara más ajustado. Mi idea era conquistar a mi maestra y tener sexo con ella. Nunca había tenido sexo con ninguna chica. Lo que tenía bien en claro era que quería ser lesbiana, me sentía lesbiana. Aunque no me provocaba deseos cualquier mujer, no, sólo mi maestra de deportes. Sí, realmente yo era virgen.
En verdad, tampoco sé cuándo una lesbiana considera que dejó de ser virgen. Creo que la penetración ni tiene que ver. Las heterosexuales no tienen duda, dejan de ser vírgenes cuando un hombre las penetra pero no creo que sea así entre nosotras. Entiendo que perdemos la virginidad al tener contacto físico con otra porque no todas las parejas de lesbianas se penetran.
Pero me estoy desviando del tema. Voy  a contar lo que me pasó. Ese lunes me imaginaba haciéndole la tijera a mi maestra de deportes. Es hermosa y la deseaba intensamente. Es más, la amaba intensamente. Me imaginaba metiéndola en mi apartamento, besándola con pasión y arrancándole la ropa. Y ella también a mí. Ambas bien explosivas. Me ponían con todo esos joggins apretados, esas camisillas provocadoras, que usa.
Pero me deprimía que tuviera novio, que hablara de casarse. Así que estaba yo siempre entre el cielo y el infierno. Alguien dirá que es más tentador que tenga novio, que sea heterosexual, pero es horrible para quien desea y ama como deseaba y amaba yo en esos días. Si al menos la mujer deseada fuera homosexual, si una al menos tuviera certeza de eso, habría una esperanza. Pero no siendo así, una se inhibe, se descorazona.
De todas maneras ese lunes estaba decidida a hacer algo. Pensé en conversarla por un período de tiempo para ser más allegadas, entrar en confianza. Algo sabía sobre ella, sobre sus gustos. Por ejemplo sabía que le gustaban las películas de dramas, las intelectuales. No las tontas ni las de acción. También que le gustaba tomar vino en la cena. Era poco pero algo era. Ese lunes, demoré en vestirme después de la clase de deportes. Lo hice a propósito para salir con ella. ¡Y lo logré! Me acerqué y empecé a preguntarle sobre reglamentos deportivos y esas cosas. Ella se mostró muy amable y me contestó entusiasmada mientras caminábamos hacia el límite del campus. Caminamos juntas hasta su carro. Ya me despedía, cuando me dijo que me acercaría hasta mi casa o hasta donde me fuera más cómodo. No lo pensé dos veces y me metí en el vehículo. Sin el equipo de gimnasia se la veía aun más sexy. Me tenía que contener. Tiene ocho años más que yo. A sus 27 años no era nada vieja, me encantaba su edad, me encanta, me sigue encantando.
Ella iría al centro a ver por algunas clavas en un negocio de deportes, así que me dijo que si quería acompañarla y ver de comprar esos reglamentos que lo hiciera. Fuimos juntas. Cuando salimos, me invitó a tomar un café y charlamos de muchas cosas. Estaba en el cielo por pasarla junto a ella y me dio una esperanza —remota por cierto— de que yo le agradara. De nuevo en el carro intercambiamos teléfonos. Entré a casa cantando, esa noche soñé con ella, soñé que me despertaba con un beso en la mejilla.
En la semana nos llamamos varias veces. Yo ansiaba su llamado. El jueves le dije si estaría libre por la tarde y me dijo que sí. Tomamos otro café. Charlamos sobre la posibilidad de ver juntas una película. Se puso a pensar y me dijo que el único día libre que tendría sería el sábado por la noche pues su novio no estaría porque viajaba al interior. Después agregó:
—Pero sería muy desconsiderada contigo hacerte venir a casa: tú no tienes carro.
Me palpitaba a cien el corazón cuando le dije:
—¿Y por qué no vienes tú a mi apartamento? Es modesto pero acogedor. La pasaremos bien…
Ay, que atrevimiento, pensé casi arrepentida. Ya me palpitaba a mil mientras consideraba su respuesta, que al final fue simple:
—Tienes razón, el sábado a las seis, ¿te parece? Compraremos comida y veremos esa película. Será muy lindo.
Y así quedamos. El viernes no pasaba nunca. Me distraía de continuo. Me levantaba y me iba a la ventana. Quería ver su carro aparcado frente a casa. Volvía a mi lugar para seguir estudiando pero no podía concentrarme.
El sábado fue todo distinto. La actividad me tuvo entretenida y las horas pasaron rápido. Mi apartamento es uno de arrendamiento barato, hecho para estudiantes del interior, de ahí que sea chiquito y todo deba hacerse en una mesita minúscula o en la cama. Me aterraba que le espantara la precariedad pero me alentaba que hubiera poco espacio. A menor espacio el contacto físico casual es más probable, pensé. Puse la TV y el aparato de video de tal modo que permitiera cierta intimidad. Limpié todo lo que pude y salí a conseguir dos películas en la casa de video. Una de ellas la que me había dicho que le gustaría ver. A las seis en punto estaba tocando el timbre de mi puerta. La hice pasar:
—Me encanta tu apartamento. Me recuerda mis tiempos de estudiante.
Qué alivio. Me torturaba que saliera espantada. Qué tonta. Me había olvidado que ella tampoco era de la capital. Así que salimos a comprar la comida y una botella del mejor vino que conseguimos. Por momentos me parecía como una hermana mayor pero no; no debía ser mi hermana, no. Éramos amigas y por ahora eso me bastaba. No perdería su amistad por nada del mundo. Estaba más sexy que nunca, pero me juré no hacer tonterías que la espantaran.
Al volver a su carro, le dije que había alquilado dos pelis.
—¿Dos películas? Pero… ¿no se me hará muy tarde?
—Uuuy, pensé que te quedarías a dormir…
—¿Te parece? No se me había ocurrido pero además no querría molestarte…
—No sería ninguna molestia. Vivo sola como ves, además cenando con vino no conviene que salgas manejando tarde a la noche. Te quedas y de paso desayunamos juntas a la mañana. Me encantará prepararte unas tostadas.
—Eres un amor pero no sé… —me golpeó esa palabra.
La miré mientras consultaba el espejo retrovisor para arrancar el carro. Tenía unas ganas tremendas de besarla pero me contuve. Amor… me había dicho amor, aunque fuera sin ninguna connotación sexual era más de lo que hubiera imaginado. Así que jugué con todo:
—Dale, te quedas. Desayunamos y después hacemos un trote juntas —a una profe de gimnasia hay que tentarla así, pensé con cierta perversidad amorosa.
—Mi amor, no traje equipo —otra vez esa palabra.
—Tengo un par en casa. No tienes pretexto —le dije alegre.
Nos echamos a reír juntas, después de su “eres terrible” y volvimos a casa.
Así que pusimos la peli mientras comíamos. Sabía que ella era sensible a las pelis dramáticas. El jueves me había dicho que muchas veces la hacían llorar. Y ahí estaría yo cuando ocurriera.
Comimos, nos servimos vino y miramos la peli. Ambas en pijama, yo tenía más de uno. Ella es de mi talla. Al fin terminamos la comida y el vino. La trama de la pantalla se hizo más y más intensa. En un momento el tema era tan agobiante que le ví saltar las lágrimas. Entonces me acerqué y le puse una mano sobre el hombro y puse mi sien contra la suya. La atraje apenas hacia mí, le acaricié la cara. Después le besé la cabeza mientras la abrazaba. No se lo hacía como un amante sino como si fuera mi hermana. Nada sexual, me dije, nada. Tienes que controlarte, me impuse a mí misma. Ella aceptó las caricias de buena gana y así nos quedamos viendo cómo la peli avanzaba hacia el desenlace final. Era muy tierno tenerla tan cerca. Evitaba toda zona erógena suya y mía en el contacto. Nunca olvidé su heterosexualidad. Estaría así mil años con ella en los brazos, aunque nunca fuera mía.
De pronto tuve una idea. La besaría en la sien. Sí, la sien quizá sería la puerta. En la sien está permitido besar. No es la boca ni los senos. Ni siquiera el cuello o las orejas que pueden resultar erógenos. Sí, me dije, la sien es la puerta, la clave. Y lo fue. Ella se acurrucó un poco más y me besó la mejilla como respuesta a mi cariño. Sus ojos todavía tenían rastros de llanto.
—Nunca estuve así con una mujer. No pienses mal. Estoy sensible —le sonreí y le respondí el beso con otro en su mejilla. Yo estaba que volaba.
—Yo tampoco estuve jamás así con una mujer.
Y no dejamos de abrazarnos.
—Sería lindo si se pudiera dormir así —no podía creer oír eso, pero agregó:— si no fuera que la gente lo ve mal.
—La gente no importa, porque igual no estamos haciendo nada malo —le dije.
—O sea que te parece que durmamos abrazadas, ¿no te molesta? No te parece muy… no sé…
—Para nada, antes así me ayudas con el frío que me da por las noches.
—Si fuera así, hoy no tendrás frío… ¿Sabes? No debería decirlo, pero siempre fuiste mi alumna preferida. Pasa que en clase no podía demostrártelo.
—¿En serio? Tú eres mi profesora favorita. Aunque siempre temí decírtelo.
—Ay dios. Espero que nunca nos vean así, pensarían mal de nosotras.
—No importa eso. No estamos haciendo nada malo. Pero si a ti te incomoda, te doy tu espacio.
—No, no. Quédate así. Una vez que tengo a mi alumna favorita conmigo, mira si la voy a perder…
—Eres muy tierna —le dije
—Tú también.
—¿Quieres dormir ya? —propuse.
—Quédate un poco más así, ¿sí?
—¿Sabes? Es increíble, porque sentía lo mismo contigo —me animé a decirle.
—Estoy segura, pero tú puedes tenerme como tu profesora favorita y ninguna de mis colegas se entera.
—Me daba pena no poder demostrártelo. Gracias. Eres muy amable y tierna.
—A mí me daba miedo de tus compañeras, de parecer injusta, de tener preferencias contigo. Por eso mi actitud distante a veces…
—Por mi parte nadie lo notará.
—Una alumna no tiene esos problemas, una profe como yo, sí.
—Puedes estar tranquila, sé disimular.
—No hay nada que disimular, sino no hacemos nada malo. Salvo que nuestras conciencias... Pero no… ¿no?
—Nuestras conciencias… ¿que?
—Es que te quiero mucho y veo que tú me quieres también… No sé... Debe ser el vino que me hace decir tonterías, no me hagas caso —me dijo esto a la par que se acurrucaba un poco más contra mí; no sé cómo aguanté besarla en la boca.
—Sí, es cierto, pero no hay nada malo en ello —mentí.
—No, pero es que... ¿todavía quieres dormir abrazada a mí?
—Ya, sí, ¿y tú? Porque yo sí.
—Eres una chica valiente. Con decisión. Pero… ¿no nos hará mal dormir abrazadas?, ¿que crees?
—Para nada, antes nos quitamos el frío que hace ahora. Además ya lo estamos y nada nos pasó —reímos y con ganas.
—No digo por eso… Digo por si mañana no extrañaremos dormir separadas.
—¿Entonces?
—Entonces que quizá suframos dormir solas después. Tú, mi alumna preferida. Yo, tu profe favorita. Eso pasa.
—No quiero que sufras… jamás. Lo evitaré a toda costa.
—Pero no puedo venir a dormir contigo todos los días. Ay, mira las cosas que digo...
—No es nada malo, si quieres venir a diario lo puedes hacer. A mí me encantaría recibirte.
—No seas chiquilla. Tus vecinos pensarían mal.
—¿Por qué lo dices?
—Porque eres joven y no conoces a la gente… ¿Qué crees que pensaría cualquier vecina si de pronto entrara y nos viera así en la cama abrazadas? Una vieja y una jovencita.
—Primero que no eres ninguna vieja. Segundo que los vecinos no son problema, aquí nadie entra sin mi permiso. Igual la señora de abajo es sorda y se duerme a las ocho.
Pareció que no pararíamos de reír juntas. Mas ella insistió:
—Pero no es la única vecina.
—Los de arriba sólo vienen en vacaciones —le aclaré.
—Te quiero mucho, mi alumna preferida.
—Y yo a ti.
—Pero mucho… mucho.
—Y yo te juro que haré lo que sea para que te sientas bien porque también te quiero mucho, mucho, mucho.
—Estoy de novia. Lo sabes. No puedo venir a diario a dormir contigo… abrazadas. Y eso sólo nos haría sufrir a las dos. ¿O tú no sufrirías?
—Pero sí podrías venir en la tarde. Claro que sufriría y más ahora que me acostumbré a tenerte así. Quiero estar siempre a tu lado.
—Doy clases varios días por la tarde. Además a la tarde no hace frío y tú dices que es mejor dormir abrazadas por el frío, ¿no? Sólo por el frío...
—¡Y porque te quiero! —le dije casi a los gritos.
—Ay, dios, ya sé que me quieres. Yo, también. Pero, ¿entendí mal? Me quieres como...
—No quiero que te sientas… mal. Si te sientes incómoda...
—No, no, yo también te quiero pero dime si... Ay, mira, estoy temblando. Di lo que sientes, por favor... Aceptaré tu amor pero dime qué amor es, por dios. Estoy nerviosa, nunca pasó por mí este sentimiento…
—No se dará nada que no quieras, mi profesora favorita…
—Es que ese es el punto. No se dará nada que yo no quiera y es que... creo que yo quiero...
—Entonces no te sientas mal. Es tu corazón el que manda.
—¿Alguna vez te pasó a ti con alguna mujer?
—O sea que... tú... conmigo... ¿es así?
—¿Tú estás sintiendo lo mismo?
—Sí… acaso, ¿te molesta?
—¿Cómo me va a molestar? Si yo lo siento igual, mi pequeña preferida. Pero ¿desde cuando? ¿Desde cuándo sientes cosas por mí?
—Desde que te conocí.
—¿Tanto tiempo?
—Sí, pero no era capaz de decirte nada.
—Tú me gustaste siempre también, eres buena gente, además de mi alumna preferida.
—Tú igual y encima muy hermosa.
—Pero tú… Ay no puedo decir algunas cosas, ayúdame. ¿Cuando me veías qué te pasaba? Digo, a nivel físico...
—Se me aceleraba el corazón. Me provocaba...
—¿Qué cosa?
—No quiero que te enojes, mi profe...
—¿Cómo me voy a enojar? Dilo por favor, dilo. Quiero oírlo.
—Me provocaba besarte. Te deseaba mucho y... todavía... ¿No estás enojada, no?
—No. Ahora no te enojes tú con lo que te diga.
—Dime, no me enojaré.
—Antes de besarnos, mi novio dijo que lo provocaba mucho verme correr. El balanceo de mi pecho, ¿entiendes?
—A mí me pasa igual.
—Dice que mis pechos saltan con mucha sexualidad, ¿es cierto?
—Es cierto, mi querida profesora.
—Tus pechos son hermosos también. Bah, aunque nunca los vi desnudos. Ay, las cosas que digo. Perdona.
—No te preocupes. ¡No te imaginas lo que yo me he imaginado contigo!
—¿Qué? Dime.
—Tengo nervios... no sé si decírtelo. No quiero perderte.
—Dilo, por dios. Ya estamos jugadas, ¿no te das cuenta? Me amas… te amo… ¿qué puede enojarme?, ¿qué puede enojarte?
—Está bien. Me excita verte correr…
—¿Qué imaginabas conmigo?
—Me provoca agarrarte los senos —y aún no sé cómo me animé a decirle.
—A mí también y no soy lesbiana…
—Hazlo si quieres.
—Nunca estuve con una mujer… Y no sólo agarrarlos… quiero besarlos, mi alumna preferida.
—Adelante, no te detengas. Ahora me enojaría si no lo hicieras.
—¿Me querrás después?
—Siempre te querré.
—Quiero romperte ese pijama. Me pones de punta. Ay, no me dejes rompértelo, sujétame, soy una bruta por decirte eso.
—Rómpeme el pijama, hazlo.
—No, no, no. Rómpeme el mío antes. Aunque en realidad es tuyo también. Vamos, hazlo.
—Bésame, profesora, bésame…
Y me besó con pasión. Y ahí si que no aguanté más. Basta de esperar nada más. Te quiero desnudar, le dije y me dijo. Desnúdame, me dijo y le dije. Le agarré los senos con firmeza. Y ella agregó en medio de un suspiro:
—Pero mira que chuparás frío. Tendremos que abrazarnos después.
—No tendremos frío, te pondré caliente. NO sabes cómo.
—¿Nos pondremos desnudas bajo las mantas?
—Como quieras, pero bésame, no dejes de besarme —yo ya no tenía límite.
—Sí, te beso —y su beso fue dulce, hermoso.
—Te arranco la pijama —le dije— y me pongo sobre ti.
—Sí, sí, cúbreme. Es la primera vez que me cubre una mujer
La besé con mucha pasión por todo el cuerpo, me moví sobre ella, y le dije:
—Yo igual, jamás cubrí a una mujer. Es un sueño hecho realidad.
—Te adoro, pequeña preferida.
—Y yo a ti. No te imaginas cuanto…
—Tu calor me impulsa a besar todo tu cuerpito.
Besé su cuello y fui bajando hacia los senos. Sentí su grito “sííííííííí” y eso me volvió loca.
—Para, para, por dios, que me excitas demasiado. Quiero tenerte pero no sé como es esto, sólo tengo sexo hetero con mi novio. Perdona si no hago bien las cosas. Enséñame aunque no sé qué puedas enseñarme si es tu primera vez también —todo esto dicho con desesperación en medio de abrazos y rozamientos y besos y…
—Mejor, esto será 100% espontáneo. Como debe ser. ¿Sabes, profesora? Soy virgen.
—Ya lo veo, pero pronto no lo serás más. Penetraré tu cuerpo con los dedos, con la lengua, como sea, pero serás mía… y yo seré tuya.
—Me encantas. Siempre quise que hiciéramos esto.
—Te haré lo que sé de sexo. Lo que me gusta que me hagan. Besaré tu vulva
y jugaré con tu clítoris hasta que digas basta…
—Umm, sí, sí. Yo te haré igual.
—Penetraré tu vagina con mi lengua y serás mía, mía…
—Hazme de todo y te querré más.
—Hasta tu cola será mía. Ay, detenme que me paso. Nunca dije cosas así.
—No, no te pasas, quiero ir más allá del límite.
—Te haré todo lo que me hace mi novio con los dedos y me harás lo mismo.
—Vale.
—Entonces penetraré doblemente tu cuerpo, me sentirás como no sentiste nunca a nadie.
—Dale, me encantas.
Y penetró su pulgar en mi cola y amenazó con dos dedos mi vagina. Sentí un placer increíble tras su contacto.
—Esto podemos hacerlo como los hombres. Muchas mujeres lo reciben así de su marido o amante.
—Ummm, hazlo, hazlo, yo te lo haré igual.
—Y ahí sí dejarás de ser virgen, mi pequeña.
—Sí, como siempre lo soñé y con quien siempre lo soñé.
—¿Le dirás a todo el mundo que tu amante tomó tu virginidad? No puedo darte la mía pero sí puedes darme la tuya.
—Así será.
—Me cortaré muy cortas las uñas para que no te lastime jamás. No importa que después me digan que no es femenino.
—Gracias. Yo haré igual.
—Quiero darte todo mi amor.
—Eres supertierna.
—Quiero que grites, que me acabes en la mano.
Pero no lo hizo ese día. Yo sí le hice lo que le hacía su novio. Tuve que esperar varias semanas hasta que decidió avanzar sus dedos en mi vagina. Le aterraba romper mi himen hasta que un día le insistí tanto que la obligué a hacerlo. Sentí dolor y placer, placer y dolor a la vez. No importaba, era suya y ella, mía. Después fue encontrarnos sábado tras sábado. Aún hoy después de dos años, ella ya casada con su novio de siempre, todo sábado —sin faltar uno— sigue siendo mía, sigo siendo suya…

(Mi dulce profesora)


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