miércoles, 24 de junio de 2015

Contribuido por el señor XX-35. La historia ocurrió en 2010.

Esa noche le dije a mi mujer que se vistiera bien sexy, que saldríamos a cenar. Me hizo caso. Una falda corta negra con tajos de costado y una blusa blanca fueron suficientes para realzar todas sus formas, que las tiene y mucho. Así que fuimos a cenar y en el curso de la cena tomamos unas copitas de más. En un momento vimos que un niñato de unos veinte años la miraba desde otra mesa. Mi mujer a sus 35 era muy atractiva, lo sigue siendo, y era entendible. A mis casi 45 no dejaba de halagarme que la desearan y que me la envidiaran. Nos echamos a reír por lo bajo y seguimos comiendo. Ella de cuando en cuando espiaba hacia su derecha y… sí, allí seguía el niñato y su intensa mirada. Después del café pedí la cuenta. Vi que el niñato también se levantaba de la mesa, por lo que aproveché para pasarle un brazo por la cintura a mi mujer y cruzar delante del chico a modo de desafío. Salimos riendo por la cara que nos puso.
Caminamos abrazados, yo diciéndole cosas al oído y ella respondiendo con alguna suave mordida a mis labios. Pensaba en llevarla a un motel cuando pasamos frente a un cine. No uno de esos modernos sino de aquellos viejos, último dinosaurio madrileño que olvidaron derribar. Un cine bien XXX, con sus carteles anunciando erotismo y placeres sin fin, como si los años del destape no hubieran pasado. Mi mujer nunca había entrado en uno, así que le propuse ver una porno en público. Y la muy zurrona me dijo que sí. Pagué y entramos. La película, atiborrada de desnudos y gemidos. Era una de tantas pornos malísimas que producen los yanquis. Sólo aptas para adolescentes con hormonas por el techo o consumados onanistas.  En la sala apenas un par de tipos viejos, separados por decenas de butacas y filas. Nos pusimos detrás de uno, un tío de unos 60 años, sólo para que se escandalizara con nuestros gemidos en cuanto decidiéramos explorarnos.
Empecé a atacar. En medio de los besos le desabroché la blusa. Ella respondía tocándome y mordiendo mis labios. Los gemidos de la película nos ponían más cachondos todavía. En un trance en que metí mi mano para bajarle el sostén, besé su oreja y lo vi:
—Querida, el niñato está a tres butacas a tu izquierda —le dije al oído.
Ella giró la cabeza hacia el chico. No sé que hizo ni cómo lo miró mas lo cierto es que a los dos minutos, mientras nos besábamos de lengua, el niñato estaba pegado a ella, en la butaca de su izquierda. Observé de reojo que trataba de mirar dentro de su ropa. No le dimos importancia y seguimos con lo nuestro.
—Querido, el niñato me está metiendo una mano por el tajo de la falda —me dijo por lo bajo.
—No le hagas caso. Déjalo que estoy yo por si se propasa.
Pero lo que más quería (queríamos) era que se propasara. A los cinco minutos ella tenía la blusa completamente abierta, el sostén por la cintura y una boca ávida en cada pezón. Jadeaba como una loca. De improviso dijo nooo, que en realidad era un siii, al sentir que los dos coincidíamos nuestras manos en sus bragas, para entonces ya muy mojadas.
—No, eso no —dijo ella, lo que hizo que nos excitáramos más y termináramos bajándole las bragas empapadas.
Pero ese no de ningún modo se refería a nuestras manos ni a nuestras lenguas. A lo que ella se refería era a la polla empalmada del viejo de adelante que amenazaba con ponérsela en la boca. El sesentón se las había arreglado para pasarse de su fila a la nuestra sin que los tres lo notáramos. Yo le dije tranquila, tranquila, mastúrbalo sin dramas. Ella entonces me hizo caso y el sesentón se retorció como una marioneta.
De pronto el viejo se arrodilló delante y empezó a comerle el coño. Nos miramos con el niñato y volvimos a succionar sus pezones, yo el derecho. Sentí en mi mano que se corría una vez tras otra. Supongo que también lo percibió el niñato porque oí el ruido de su succión al mamarla, fruto de su mayor entusiasmo. Ella ya saltaba en la butaca. Sus gritos de placer despertaron al viejo más alejado que no parecía entender nada aunque se dio vuelta. Quizá era corto de vista o la penumbra no le ayudaba.
Al cuarto orgasmo de mi mujer, dije:
—Bueno, basta. Aquí estamos muy incómodos, síganme.
Ella se abrazó a mí, su cabeza en mi hombro. Se dejó llevar. Me miraba por momentos con ojos ardientes. No hizo nada por cubrir sus pechos ni para evitar que la condujera a los lavatorios. No había nadie en el camino y me dirigí resuelto a entregarla. El niñato y el sesentón nos seguían como perritos.
Una vez en los lavabos, les dije que la desnudaran. Hacía calor, así que ella estaba caliente por partida doble. Iba a ser su primer swinger y se la veía sumisa y espectante. Me dio morbo verla completamente en cueros mientras el niñato y el otro se quedaban desnudos de cintura para abajo.
—Tú debajo, de espaldas al suelo —le ordené al niñato—. Y tú cabálgalo ya —le dije a mi mujer.
En un instante ella se puso arriba y vi cómo su coño se comía en un relámpago la polla del chico. El sesentón a un costado se masturbaba despacio. En cuanto la vi bien empalada por el chico, le entré de atrás, por el ano. Ella alzó el torso y suspiró, nunca la habían penetrado doble. El niñato gritaba de placer y cada tanto alzaba su cara para chupar un pezón o el otro. El viejo vio su oportunidad y por fin le puso su polla en la boca, polla que mi mujer empezó a chupar como una ninfómana.
Para mí fue demasiado. No aguanté la excitación y me corrí en su recto. Tomé papel higiénico y mientras me secaba el semen, vi que el sesentón me reemplazaba ocupando mi lugar detrás de ella. Mi mujer montaba como una loca al niñato que respondía con todo.
Entonces me fui con toda la ropa de mi mujer hasta la puerta de los lavatorios.
—No me dejes sola —escuché que me gritaba, pero era hora de que disfrutara sin mi compañía.
Además, me excitaba mirarla en esa nueva perspectiva. Con dos pollas moviéndose dentro de ella. Era muy conmovedor verla atrapada entre los dos tíos, con esos dos culos moviéndose acompasados, uno arriba, medio arrugado, y otro abajo, joven y algo peludo.
—No me dejes sola —insistió.
—Me quedo acá para impedir que entre alguien. No tengas miedo, sigue con tu placer, mi amor.
Mentira, si hubiera aparecido alguien lo hubiera invitado a follársela por la boca o a chuparle un seno. Y de aparecer un regimiento pues le habría propuesto que la follaran en grupo. Felizmente para ella (o quizá lo contrario) no apareció nadie más. Así que contemplé cuando el viejo sacaba su polla del culo y la lavaba tan rápido como podía. Y después cuando volvió a ponerse sobre su espalda desnuda y la penetró más abajo. Sentí su no, así no, al que ellos no le hicieron ningún caso. Ahí comprendí que la follaban los dos juntos por el chocho.
Presentí que ellos no aguantarían mucho más. Creo imposible que dos hombres pueden durar mucho sin que se corran enseguida cuando frotan sus vergas mientras penetran un coño jugoso. Así fue. Vi cómo los dos tipos disfrutaban su corrida. Y hasta vi cómo la llenaban por completo y la mancha húmeda que dejaban en el suelo. Al rato ella estaba sumisa, arrodillada, succionando la verga del niñato mientras el sesentón miraba y se ponía los pantalones.
La ayudé a vestir. Me dijo al oído que había acabado como una docena de veces. La sabía multiorgásmica por tantos años de casados, pero no dejaba de ser un record y un orgullo de todos modos.
Salimos los cuatro y nos fuimos a comer unos tacos por ahí. Ellos propusieron ir a casa del niñato. Vivía solo y no había vecinos molestos pero entonces dije basta, por hoy ya es bastante. Ella miró con cierta pena las caras contrariadas de los dos tíos pero me mantuve firme. Acepté que me dieran sus teléfonos para no entrar en polémicas pero no los conservé. Quiero que sea una puta salvaje cuando decidamos nosotros y no cuando lo decida otro.  
No fue la única vez que hicimos algo así en ese cine triple equis. Repetimos después unas cuantas veces orgías parecidas mas nunca con dos desconocidos, siempre con uno solo. Cuando estamos cachondos disfrutamos mucho recordando cada encuentro, anónimo, sin nombres que comprometan. Sin embargo ninguno es lo bastante para ponernos tanto como cuando recordamos la historia que aquí les he contado.    

(El cine XXX)


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