Contribuido por el señor XX-34.
La historia ocurrió probablemente en 2011.
Lo que voy a contar me ocurrió
hace unos años. Por entonces estaba muy entusiasmado con el llamado tercer
sexo. Lo veía en videos por internet, en publicidades de escorts, incluso en la
tele siempre andaba alguno hablando del tema.
En fin, yo tenía curiosidad por
saber cómo sería tener sexo con una travesti. No eran mujeres pero se las veía
como tales. Esas formas femeninas, esas cabelleras densas, las hacían
hermosísimas. No, con un hombre nunca me atrevería a tener sexo pero una
travesti era casi una mujer. Es cierto que tienen atributo masculino pero quizá
justamente por eso me deleitan. Mezcla de hombre con predominio de mujer,
pensaba. Y no paraba de masturbarme por ellas. Dejé de pensar en mujeres y
empecé a pensar en travestis todos los días. Bien femeninas, eso sí.
Hasta que un día no pude más y
decidí ver a una. No es sencillo conseguir una travesti como amiga. Hay
relativamente pocas y encima las pocas que hay ni miran a los hombres por la
calle, salvo que sean muy hermosos, cosa de la que disto mucho. Por eso entré
en una página de escorts, una exclusiva para el tercer sexo. No diré el nombre
de la persona. Ni el verdadero, que no conozco; ni su seudónimo, que es muy
conocido.
Así que partí a verla después de
pactar una cita por teléfono. Me hizo pasar. Era más hermosa que en la foto.
Una morena de unos 27 años, no los 20 que anunciaba su página web para atrapar incautos,
esos que se desviven por las jovencitas. La habitación coqueta, con detalles
infantiles quizá en exceso, pero cálida. Le expliqué:
—No pienses mal. No soy
homosexual. Sólo tengo curiosidad de saber como es tener intimidad con un
travesti.
—No, no, no, bebé. Nada de
“un”... “una” travesti —me aclaró—. Porque me siento mujer, soy mujer desde la
punta del cabello hasta los pies, bebé.
Aclarado el punto pactamos dos
horas. No era barata ni mucho menos pero su figura, su cara, su pelo valían la
pena. Me quedé.
—No tengas miedo, no te haré nada
que no quieras.
Me quedé tranquilo. Sus
movimientos y su sonrisa eran femeninos. Su voz no tanto; tenía un dejo de
afectación, como algo forzado. En fin, nada es perfecto, pensé. Ignoré también
su nuez, bastante masculina, así como sus manos que —aunque cuidadas, de uñas
largas y pintadas de rojo fuego— no resultaban pequeñas. El resto era muy
femenino, bien femenino. Sus senos artificiales eran preciosos, con buena
caída. No dos budineras extravagantes como suelen tener ciertas vedettes de
cuarta. Eran proporcionados a su estructura corporal. Bien pensados por el
cirujano que se los hizo. En síntesis, era una mujer con pene, o al menos a mí
me pareció. Por lo demás me resultó simpática, con buena onda. ¿Qué más podía
pedirse?
Nos desnudamos. Dobló mi ropa
como lo haría una mujer amorosa con su hombre, cosa que me encantó, y puso al
lado la suya.
—Te haré gozar como ninguna te lo
hizo, bebé —fueron sus últimas palabras antes de apretar su cuerpo contra el
mío.
No se quitó unas medias de seda
que tenía puestas. Quizá el día anterior no se habría depilado, tampoco me
importó. O quizá se las dejó sólo porque la hacían más sexy. No sé. Me puso de
espaldas sobre la cama y me dijo déjame hacerte… Mientras miraba el techo,
sentí cómo atrapaba mi pene con su boca y jugaba con mi glande. Me masturbaba y
usaba su lengua a modo de pincel en mi frenillo. Sus lamidas eran perfectas;
sus labios, dulces al apretar a modo de mordida.
Imaginé que un ex hombre sabía
más de esto que una mujer verdadera simplemente por haber sentido esas
sensaciones en su propio miembro. Era divino cómo alternaba lamidas con
succiones plenas. No dejó de lamer y usar su lengua entre la punta del glande
hasta detrás de mis testículos. Mi excitación era tal que le pedí subir a la
cama. Lo hizo poniéndose en cuatro patas.
Por fin iría a penetrar a una
travesti como venía soñando. Era mi idea desde hacía meses y sólo por temor no
me había decidido. Pero ahora sí, ahora tenía a esta mujer hermosa, me decía,
con esas nalgas voluptuosas frente a mí, y su ano abierto que pedía ser
ocupado. Así que me volqué sobre esa espalda, hermosa, suave. Amasé esas tetas
compactas de debajo mío en tanto mi pene rozaba su entrenalga. Tuve un estertor
de placer. Su aroma, su piel cálida, todo me pedía poseerla pero yo me retenía.
Sentí que si la penetraba en ese momento me derramaría, acabaría a pleno. Y yo
quería disfrutarla las dos horas convenidas, ni un segundo menos. Así que me
limité a frotarla de atrás con mi pelvis, eso no me haría eyacular enseguida.
Lo sabía. Conocía bien cómo funcionaba mi cuerpo de tantas experiencias con
mujeres. Disfrutaría de esa piel y de esos senos hasta la última media hora en
que sí la penetraría sin piedad. Quizá ese cabello largo se volcara sobre mí
cara al sodomizarla desde abajo y aumentaría la sensación. Lo había hecho así con
varias mujeres, con muchas mujeres, inclusive por el ano, ¿por qué no con esta
maravilla?
De pronto se empezó a dar vuelta.
Mejor, pensé, vería sus tetas hermosas durante todo el tiempo, las chuparía
—cosa que hice— y la franela sería frontal. Una sensación nueva me invadió,
nunca había hecho frotación de penes… así que bien, muy bien, no dejaba de ser
excitante.
Gocé como nunca. Ella me fue
envolviendo hasta tenerme de costado.
—Bebé, mi bebé… déjame volcarte
—me dijo y yo obedecí.
Me puso en cuatro patas, yo
dispuesto a gozar. Ella lamió mi espalda y bajó con rapidez hasta mi ano. Sentí
que lo lamía con fruición, que no paraba de lamerlo y lamerlo. Me sorprendió
esa sensación desconocida. Me daba cierta vergüenza pero me quedé porque el
placer era muy, muy grande. Me empapó de saliva, sabía hacerlo, tenía técnica.
Metió su lengua y jugó con su dedo en mi orificio. Grité. Su yema pasaba suave,
lentamente, mi placer era inmenso. En un momento introdujo un dedo:
—Ay, es virgen, qué maravilla
—fue lo que dijo.
Yo estaba enloquecido. Me dieron
ganas de penetrarla, de descargarme. Pese a su mohín de enojo, aceptó que me
diera vuelta mirando de nuevo hacia arriba y se extendió sobre mí de espaldas contemplando
también al cielo raso. Frotó sus nalgas contra mi pene mientras preguntaba:
¿Así bebé?, ¿así te gusta? Nos unimos en un jadeo prolongado hasta que ella por
fin se levantó y me dijo:
—Déjame a mí, ahora sos mi bebé,
mi lindo bebito.
Y se arrodilló en la cama entre
mis piernas abiertas y alzó mis rodillas a la altura de sus hombros. Me levantó
las nalgas y bajó de nuevo la cabeza. Sentí un gozo enorme cuando volvió a
tocarme el ano con la lengua. Estaba casi inmovilizado, entregado a su
arbitrio. Penetró su lengua en mi ano. Ya no era un simple lamido, era un
pedazo de su carne, de su cuerpo dentro de mi cuerpo. Di un alarido de placer
que la puso a mil:
—Ay, qué hermoso culito virgen,
putita. Estás divina, mi amor. Dale que te va a gustar... Quiero que goces.
Vamos, déjate, yo me encargo —y lo dijo con voz ronca, sensual.
Escupió en mi ano mientras abría
bien mis nalgas, que ya estaban casi invertidas hacia arriba. Ella en posición
dominante, yo inmovilizado abajo y todo doblado en U.
—Vamos, putita, hazme caso que
vas a gozar. Relájate, déjame penetrarte, dale —insistía con su voz
acariciante.
Volvió a escupir en mi ano varias
veces y a lamerme y a penetrar su lengua. Al fin me arrolló de arriba, mis
rodillas en sus hombros, presionaba fuerte hacia delante y abajo. Sentí la
punta de su pene en mi ano.
—Noooo, no lo hagas —le grité.
—Vamos, putita, te va a gustar, déjame
hacértelo, mi amor. Déjame hacerte mía
Pero no me penetró. Podría
haberlo hecho pero no lo hizo. Disminuyó la presión de su cuerpo y bajó de
nuevo la cabeza hacia mi sexo. Chupó mi pene muy rápido, como al pasar. Lamió
mi glande y siguió lamiendo hacia abajo hasta centrarse de nuevo en mi ano. Y
ahí sí, su lengua no perdonó nada ni tampoco su dedo. Dedo y lengua, lengua y
dedo, se alternaban para abrir mi ano virgen. Volvió a escupir con fuerza mi
orificio varias veces más. Uno de los escupitajos lo sentí bien adentro. Tan
adentro que me hizo saltar en horizontal. Entonces ya no pude más, me di vuelta
ofreciendo mi ano y le grité:
—De una vez, por favor, de una
vez... no demores más. Te deseo, no aguanto más.
Vi en el espejo su sonrisa
perversa. Se volcó sobre mi espalda apoyando sus tetas bien fuerte, tetas que
daban mucho placer.
—Bien, putita, bien. Te voy a
coger como deseas. ¿Viste que era lindo? ¿Viste que no te haría nada que no
quisieras? Ahora quietita, déjala hacer a mamá, bebé, mi bebé. Déjala que te lo
haga bien.
Enseguida irguió su cuerpo bien a
lo macho en tanto yo permanecía en posición de ele, como pasivo. Clavó la punta
en mi ano. Sentí un dolor intenso que aumentaba. Sus manos agarraban firmes mis
caderas. Su fuerte verga se veía perfecta en el espejo del costado. Su rostro
perverso, en el que quedaba frente a mí hacia el pie de la cama.
—Ay, qué lindo culito. Qué culito
virgen. Hermoso. Dámelo. Dámelo que te lo abro como un quesito, mi bebé…
Y fue penetrando pese a mis
gritos de dolor. No lo hizo de una sola vez, no. Penetraba un trecho y paraba.
Otro poco y paraba. Así avanzaba. Me tenía dominado desde atrás. Tan dominado
que con su pene a medio camino en mi ano se dio el lujo de amasar sus tetas con
ambas manos, cosa que le producía un placer evidente. Ya no había vuelta atrás,
sería su putita como ella misma repetía una y mil veces. Cada vez que detenía
su avance, mojaba sus dedos con saliva y los pasaba por la parte libre de su
pene, la que aún no me había penetrado. No usó ninguna crema. Sólo saliva,
persuasión y fuerza.
—Vamos, putita. Falta apenas un poquito
para que te entre toda. No te vas a quedar así, sin conocer el resto... Vamos,
que ya te termino. Dale que vas a saber lo que es coger con una chica traviesa.
Y había perversidad en el tono. Me daba vergüenza pero ya era tarde.
El envión final fue terrible,
pavoroso. Sentí un dolor intenso. Miré durante un segundo el espejo y vi su
cara que se desfiguraba de gozo y maldad. Me estaba desvirgando a pleno. Me
estaba…
—Sí, mi amor, sí. Te estoy
rompiendo el culo, mi amor. Mi bebé… y bien roto, bien rotito… Así, así, como
tiene que ser.
Sólo le faltó decir como me lo
hicieron a mí de chiquito. Su rostro tenía ya sonrisa de diablo. No sentí
placer en mi ano, pero sí cuando sus tetas se apoyaron de nuevo en mi espalda.
Sus lolas se frotaban y me dominaban dándome gozo. Su pene, en tanto, hacía el
trabajo brutal, violento, sin placer para mí aunque supongo que enorme para
ella y su sexo.
Pensé que me iría a eyacular en el
recto pero no. En un arranque de histeria me la sacó con violencia. Me hizo
arrodillar sobre la cama mientras se paraba delante. Me ordenó:
—Vamos, chupa, putita. Chupa a
mamita que hoy te hizo bien putita. Vamos, chupa, chupa.
Ya estaba mareado de tanto dolor
pero al ver esa verga tan fuerte, tan erecta, frente a mí, me dieron ganas de
tenerla. Ella no dejaba de masturbarse frente a mi cara ni de insistir que la
chupara, cosa que hice porque un fuerte agradecimiento me impulsaba a desearla.
Así que succioné como nunca, mientras su torso se retorcía allá arriba. De
reojo, la visión de sus hermosas tetas me dio más ánimo. La mezcla de mujer y
hombre volvía a ponerme loco y no paré de chupar y chupar con ella pajeándose a
full.
—Dale, chupa, putita, chupa bien.
Chupa la verga que te penetró. No pares de chuparla.
Y de pronto lanzó el chorro en mi
cara. Apenas si alcancé a cerrar los ojos. Lo hizo en medio de sus gritos:
—En la boca, vamos, en la boca. A
tragarla de nuevo. Dale.
Agarró mi cabeza y yo, obediente,
abrí mi boca y sentí su verga fuerte, dura, despótica. A los dos segundos sentí
el chorro acre en mi garganta, me estaba copulando por la boca, se estaba
acabando en mí en pleno paladar.
—Seeeee. Traga toda mi leche como
buena putita, seeee… Así, así…
Después sacó su pene de mi boca y
se fue a lavar. Me quedé solo, no sabía si me sentía feliz o no. Había ido a
penetrar a una travesti y la excitación me había llevado a que me penetrara
ella. Sentía mi recto dolorido y cierta depresión. Como si un vacío me
invadiera.
Ella salió del baño como si nada.
—Ahí está el toilette libre, bebé
—y se fue; descubrí que siempre decía toilette, le parecía muy fina esa
palabra.
Mientras orinaba, escuché por la
claraboya abierta que la travesti hablaba con alguien. Comprendí que era su
pareja. El otro era el macho en esa relación pese a sugerir también en su voz
un dejo de feminidad. Le preguntó cómo le había ido conmigo. La travesti le
contestó que yo me había resistido al principio pero:
—Al final me lo cogí bien
cogidito. Como siempre, ja, ja, ja. ¡Se creía que le iba a perdonar el culo por
ser virgen! Ni loco, al contrario...
Su voz era grotesca. Las risas de
ambos también. Ahí recordé que una prostituta una vez me advirtió:
—Sí, bebé, parecen mujeres pero
son tipos disfrazados con tetas. Trabajé varios años con ellos en un puterío
del centro. Ojo, son resentidos. Quieren volver putos a todos los hombres que
caigan. No me preguntes por qué… No lo sé.
Ahora las frases entrecortadas de
la claraboya indiscreta me daban la pauta. Algo de lo que aquella buena puta no
se daba cuenta: necesitaban humillar a los machos tal como los humillaron a
ellos. Nivelar hacia abajo era la idea. Cuando todos los hombres sean putos,
las travestis seremos reinas parecían decirse. Sus risas lo corroboraban
grotescas, insultantes.
No vi a la travesti al salir del
departamento. Salió el novio a abrirme. Era algo encorvado, de unos 30 años,
con seguridad un mantenido por ella. El tipo se dio el gusto de conocerme. Una
sonrisa socarrona lo acompañó en el ascensor, y en la puerta de calle al
despedirse. El te esperamos cuando quieras parecía traducirse como otro puto
más en la lista y con éste van…
Y lo patético es que seguí visitando
a esa travesti como un corderito. Aun hoy la sigo viendo y pagando su arancel,
como gusta decir. Siguió haciéndome igual una y otra vez. Me ha hecho su pasivo
por completo. Y lo peor es que ahora sí me da placer su penetración. Hay en
ella un magnetismo animal que me obliga a humillarme y a caer bajo, muy bajo...
(Cazador cazado)
No hay comentarios:
Publicar un comentario