Contribuido por el señor XX-32.
Esta historia ocurrió en 2010.
Me había levantado de la cama. Me
dirigí a la cocina y ella estaba ahí. Mi fascinación y asombro terminaron por
despertarme del todo al verla vestida tan provocadora. Ella estaba limpiando
con un short diminuto y una camiseta ajustada. Hablo de mi cuñada que limpiaba
en una posición en la que inclinaba su cuerpo hacia abajo, dejando relucir su
hermoso culo, culo que quedaba elevado hacia arriba apuntando directo a mis
ojos. El hecho de saber que estábamos solos en casa me motivó demasiado. Recuerdo
que estaba vestido apenas con una ropa interior y una remera. Me acerqué por detrás
y me coloqué muy cerca. Lo suficientemente cerca como para que notara la erección
de mi pene. El sólo recordarlo ya vuelve a excitarme. Yo tenía entonces 25 años
y ella casi 40; ella es la novia de mi hermano. Él, tan pícaro como yo, se buscó
una mujer casada y de más edad. Aunque quien la ve no le da los años que tiene,
y pese a sus hijos que son de varios maridos anteriores.
Así que la tomé de la cintura y
la acomodé en la mesa de espaldas a mí. Ella se dejó llevar. A pesar de que es una
mujer que sabría defenderse, no se defendió. No soy feo, las mujeres en la
calle por lo menos me miran. Ese día estábamos solos y ella nunca limpia en
casa. Eso me pareció raro, por eso tuve ese impulso: cogérmela.
Una amiga que no la conoce, pero
que conoce una historia similar, me dijo que ella me quería coger porque siempre
son las mujeres las que eligen. Siempre, me aseguró, sólo que lo hacemos de tal
forma que el hombre cree que el que elige es él.
La tomé de la cintura y comencé a
acercar mi verga a su culo, como dije. Me temblaban las manos de la excitación.
Presionaba su cintura con fuerza hasta que ella soltó un gemido delicioso.
Entonces introduje mi pene adentro. De solo recordar el recorrido que hizo en
su recto, se me hace agua la boca. Se lo saqué y lo volví a meter nuevamente,
todo esto lo hice lento, bien lento.
Se lo metí así, como estaba nomás.
No le lamí la cola ni nada. Tenía la verga un poco jugosa, por lo que no fue
difícil deslizarla. Quizá
sintió mucho dolor cuando llegué a fondo pero yo lo disfrutaba y mucho. Ella con
sus manos apoyadas sobre la mesa. Me fue fácil sacudir su cuerpito hacia adelante.
Tiene un físico pequeño y atlético, es una joyita de muy buena forma. Además, levantaba
su culito para que mi pene se deslizara mejor. Incluso, ya bien empalada, lo
movía hacia atrás cuando yo iba para adelante y viceversa. Al fin le derrame
todo el semen adentro. Gimió. Sí, quizá demasiado.
Al rato llegó mi hermano. Mi
verga seguía parada. La eyaculación no me había suprimido la erección. Pero
como sabía que él iba a llegar a casa, decidí dejarlo ahí y me fui a mi cuarto.
Ella estaba un poco sonrojada pero casi siempre suele estar así. No creo que mi
hermano se haya dado cuenta de nada.
Pasó un tiempo. Con ella nunca
hablamos de lo sucedido. Era como decirnos tácitamente: acá no pasó nada.
Pero una vez en Halloween estaba solo
en casa. Era de noche. Ella había caído por mi casa a buscar no sé qué cosa.
Vino con una peluca colorinche y una minifalda. Se dirigió a su cuarto y yo me
quedé mirándole el culo. En eso se dio vuelta y me miró. Se dio cuenta que la
miraba y esbozó una leve sonrisa. Fue leve, muy leve, pero la noté. Se me paró
la verga instantáneamente y me dirigí hacia su habitación. Ella me miró con
cara preocupada al ver que iba hacia ella. Yo no me podía detener, estaba muy
caliente. Entré y cerré la puerta. La miré serio y le dije:
—Te queda genial esa minifalda.
Ella había venido sola. Mi
hermano, calculo, estaba con sus hijos buscando caramelos por las calles, como
se hace siempre en Halloween.
Así que le pregunté si se tenía
que ir rápido. Me contestó que sí. Le dije:
—Así vestida como estás me dan
ganas de cogerte de nuveo.
Me acerqué más y le di un beso. La
abracé acariciándole el culo. Se corrió un poco para atrás y me alejaba sin
hacer fuerza, diciéndome: no, otra vez no. Al ver que era puro teatro, la volteé
contra la pared diciéndole: no me puedo detener.
Me bajé el jean que traía puesto
y el bóxer. Ella me miraba fijamente pero no decía nada. Miró mi verga parada y
le dije:
—Sí, te voy a coger otra vez.
La apoyé de tetas contra la
pared, le separe un poco las piernas y metí mi mano en su entrepierna por
debajo de la falda. Acaricié lentamente la zona y ella suspiraba diciendo:
—Ay, dios mío.
Mis dedos jugueteaban de un lado
a otro, acariciando su concha que estaba muy calentita y ya mojada. Los movía
sintiendo sus labios vaginales. Acaricié su cintura. Tomé su tanga y comencé a bajársela
lentamente. Mientras se la sacaba, le acaricié las piernas. Sus rodillas temblaban
un poco, cosa que me calentó demasiado. Volví a meter mis dedos en su vagina,
ya la sentía hirviendo en mis dedos. Así que moví zigzagueando los dedos
mientras le besaba el cuello. Con la otra mano subí su minifalda e introduje el
glande en su culito, que sentí palpitar. Se estremeció emitiendo un gemido.
—Ayyyyy —dijo suspirando.
Yo deslicé mi miembro hasta el
fondo y le pregunté:
—¿Por qué siempre me la pones tan
dura? —en tanto se la metía y sacaba sin detenerme.
Mientras la bombeaba y le besaba el
cuello y la nuca, le decía al oído: qué culo bien levantado, me encanta meterla
por atrás. Ella contestaba: sí, sí, sí, así, cuñado, así, así… apoyando su cara
contra la mía.
Me dijo que sentía que mi verga
la presionaba aun más adentro que la primera vez. Porque antes lo tenía muy
cerrado pero al metérsela comenzó a dilatarse más y más. Gemía tan
profundamente y sus pechos se agitaban tanto por las embestidas que me
entusiasmó a pleno. Al rato el bombeo era completo. Ella jadeaba como loca y yo
también. A veces pienso que quizá tuviera virgen el ano la primera vez que se
la puse.
Lo cierto es que ya no teníamos
mucho tiempo. Así que le saque la verga del recto cuando casi estaba por acabarme.
La di vuelta inclinándola hacia abajo hasta hacerla arrodillar. En un momento,
con tanto cambio de posición, creí que no eyacularía. De ahí que me masturbé
frente a su cara un buen rato hasta que lancé todo. Ella aguantó el chorro en
la cara con un suspiro y cerrando los ojos. Le pedí que se lamiera la leche. No
quería que me la chupara porque de lo contrario me la iba a volver a coger y ella
tenía que irse.
Después pensé que debí haberla
cogido por la vagina también, pero como sucedieron las cosas —así de la nada—
no tenía ninguna clase de protección a mano. Por eso preferí hacerlo únicamente
por la cola las veces que se lo hice. La vagina es algo que me queda pendiente.
Que nos queda pendiente…
(La mujer de mi hermano)
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