lunes, 4 de mayo de 2015

Contribuido por el matrimonio XX-5.

En 2010 fuimos a pasar un fin de semana a un hotel rural. No diré el nombre, es muy conocido. Al menos su publicidad está en Google y, tomando la autopista del oeste, no queda lejos de Capital. Nos lo había recomendado un matrimonio amigo. Al llegar vimos que había un campo nudista no muy lejos del casco del establecimiento, campo que no permitía el acceso de menores. El lugar es fantástico, paradisíaco, mucho bosque y senderos, arroyos tranquilos, se respira mucha, mucha paz. Te despeja.
A la noche sentimos bastante actividad, demasiada. Alguien pasó una esquela por debajo de la puerta de nuestra habitación. Al leerla vimos que se trataba de una invitación para ir al cuarto número tal a las 23 horas.
Decidimos no salir, quedarnos en nuestra cama. Pero ahí entendimos las sonrisas ladinas del matrimonio que nos recomendó ese hotel. ¡Los muy chistosos! Nunca habíamos hecho una cosa semejante y no lo haríamos. Sin embargo, la idea nos taladraba la cabeza. Nos taladraba a los dos, aunque cada cual ignoraba el taladro del otro,  Desde antes de la hora señalada, se escuchaban voces, risas entrecortadas y corriditas cortas por los pasillos. Tan intensa actividad nocturna parecía destinada a compensar la quietud diurna.
Prendimos la TV y para nuestra sorpresa había un canal porno. Aunque pensándolo bien, a esa altura ya no debió sorprendernos. Lo dejamos ahí mientras empezamos a buscarnos sexualmente. Hicimos el amor bastante rápido. La película era extraña, por lo menos para nosotros: demasiada gente para una sola cama.
Estábamos por apagar la TV cuando a mi marido se le ocurrió que esa película porno era otro anzuelo para “crear clima”. La idea era que fuera la mayor cantidad de huéspedes posible a la famosa habitación. Nosotros no iríamos a embarcarnos en una orgía. No señor.
Pero el taladro seguía. Se oían ruidos lejanos, como apagados y de tanto en tanto alguna risa.
Le dije a mi marido: —¿Y si vamos?
—Estás loca?
—Digo un ratito, a ver qué hacen, sin intervenir en nada.
—Ay, mi amor. ¿Creés que es una película como la del televisor donde los actores no se meten con el espectador? En cuanto lleguemos, se van a poner cargosos para que juguemos con ellos y nos van a hacer pasar un mal rato.
—Tratemos de ver si podemos espiar, entonces. ¿Qué te parece?
—Habrán cerrado la puerta, no la van a dejar abierta...
Igual nos levantamos y empezamos a recorrer juntos el pasillo. Íbamos tomados de la mano, en puntas de pie, como a una aventura. Las voces y ruidos extraños nos guiaban en la oscuridad.
Llegamos a la puerta. Ya se escuchaban claramente los jadeos y algunas risas entrecortadas. Para asombro de mi marido y alegría mía, vimos que la puerta estaba entornada. Un rayo de luz nos incitó a seguir avanzando.
Nos asomamos apenitas, siempre protegidos por la oscuridad. Adentro estaba todo iluminado. Había colchonetas o colchones por el piso, y por todos lados. Mi marido espiaba en cuclillas, yo parada.
Eran ocho hombres y seis mujeres. Digo ocho pero en realidad eran siete y un mariposón. Un mariposón que revoloteaba de un macho a otro. Había mujeres haciendo felatio a un hombre y recibiendo sexo vaginal (o anal) a la vez por otro. El mariposón era joven, no pasaría de los 22 años. El resto estaría entre 30 y 50. Había una mujer que tenía coito cabalgando sobre el hombre, como si ella fuera una amazona. Agarraba a uno, lo cabalgaba, gritaba su orgasmo y enseguida se abalanzaba sobre otro. Como a los quince minutos cambiamos las posiciones, yo en cuclillas y mi marido de pie. A la media hora no aguantamos más y nos volvimos a nuestra habitación. Permanecimos unos minutos en silencio, con la luz apagada. No nos atrevíamos a decirnos nada. Pero yo sentía que mi marido movía su mano a la altura de la ingle. No aguanté más, me quité el camisón, le arranqué el pijama y lo monté como una bestia. No le decía nada pero en mi mente yo era como la amazona de la orgía. Mi marido también pensaba en ella y en mí…
El lunes en Capital seguimos haciendo lo mismo, yo arriba gozándolo a lo amazona. Lo repetimos todos los días desde ese día. El recuerdo de esa chica montando a todo hombre que encontrara a mano era muy poderoso. Sólo pensábamos en volver a ese hotel rural aunque no lo confesáramos, pero eso ya merece una anécdota aparte…

(Hotel rural)

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