Contribuido por el señor XX-1. Según el contribuyente
ocurrió en junio de 2014.
Estaba en la sala de espera del dentista.
Debía llamar a casa, ya que mi hijo estaba siendo atendido y
la cosa se demoraba.
No tenía encima mi celular así que pregunté si había un
locutorio cerca.
Enfrente de mi sillón había un matrimonio de unos 40 años.
Él tipo gordito y ella flaca, y algo tetoncita caída.
Estaban con la hija adolescente en uniforme de colegio.
El matrimonio se venía abrazando desde que entramos con mi
hijo mientras la nena jugaba con su celu.
De cuando en cuando los padres se besaban o se hacían
mohines además de no soltarse nunca de las manos.
Ella abrazada al marido aunque después me miraba. Vi que me
fichó un par de veces, quizá cuatro.
Yo no entendía, había algo extraño en todo eso.
Cuando pregunté a la chica de mi derecha si había un
locutorio cerca, la mujer le dijo algo al marido.
Fue al oído, la hija de ellos seguía ajena al bullicio.
El marido se apresuró a ofrecerme su celular muy
gentilmente.
Llamé a casa y me quedé tranqui, mi mujer también.
Le devolví el celular y nos quedamos charlando para pasar el
rato.
El gordito me dijo que vivían por Lomas de Zamora y que
venían a la Capital
de tanto en tanto. Largas excursiones como ésta del dentista, agregó riendo.
Me preguntó algunas cosas como al pasar.
Tanto él como la mujer eran muy finos.
Cuando mi hijo salió del consultorio, nos fuimos derechito a
casa,
Antes le agradecí al matrimonio por enésima vez la atención
que tuvieron con el celu.
…
Al día siguiente el tipo me llamó en un horario en el que
sabía no estaría mi jermu porque le había dicho, sin intención ninguna, que mi
jermu laburaba por la tarde y que yo tenía el estudio en casa.
Charlamos de nuestras actividades, tenemos la misma
profesión. De pronto el gordito me dijo de tomar un café.
Nos encontramos por Palermo, ya que es mi barrio y el tipo justo
andaba cerca.
Tardó en descubrirme su objetivo.
Como a la media hora, muy sutilmente me preguntó si yo era
un tipo convencional. Confieso que no lo entendí. Pero después agregó:
—Bueno… que sé yo, en tu matrimonio, digo.
Le dije que algunas aventuras había tenido, como todos los
hombres, no quise alardear.
Él se quedó mirándome y dijo sonriente:
—¿Seguro que fueron algunas apenas? Facha no te falta…
Y ahí sobre el pucho me preguntó si estaría dispuesto a
conocer a otra mujer.
—Depende de quién —le dije mitad en serio, mitad en broma.
—Una muy cercana a mí —agregó, con una sonrisa de oreja a
oreja.
—¿Hablás de la señora que estaba ayer? —pregunta algo tonta
pero quería asegurarme.
—Sí, ella —me dijo jugando con una servilleta—, ¿acaso no te
gusta?
Le dije que sí, que era muy bonita.
No era para tanto pero no costaba nada quedar bien.
Estábamos en uno de los bares de la esquina de Santa Fe y
Godoy Cruz.
—No podemos llevarte a casa por cuestiones obvias, mi nena
no debe saber nada, pero quizá en la tuya o en un apart podríamos entrar los
tres.
—Ah, en trío viene la cosa —dije.
—Sí, hétero, por supus.
—Obvio, me imagino, pero qué lástima que viniste solo porque
no hace falta ir a mi casa ni a un apart para eso…
—¿Por? ¿Conocés otra cosa?
—Obvio —le dije—, a dos cuadras hay un telo donde permiten
swingers.
—Ah, mirá, no tenía idea —y agregó—: lo que pasa es que no
somos de los swingers clásicos. Como te diría… de tiempo completo, hacemos
tríos HMH y nada más, ni locos con dos parejas o en grupo.
Miró un instante la servilleta con la que jugaba y dijo con
un brillo en los ojos:
—¡Pasa que a mí me encanta verla en acción!
—Ah —dije— entiendo.
—Además para dos parejas, las minas tienen que llevarse bien
y ella sólo quiere otro tipo mientras yo la miro.
—¿Es celosa?
—Maso, lo hicimos una vez de dos parejas con otro
matrimonio, pero ella estaba pendiente de lo que yo hacía con la otra, ¿entendés?
Así no disfrutaba ella ni yo…
—Entiendo, entiendo, pero qué lástima que te viniste solo. Claro,
no ibas a adelantarme nada por teléfono, estas cosas hay que tratarlas cara a
cara.
—Por supus, pero cómo sabés si me vine solo, por ahí ella se
quedó en un estacionamiento cercano, quién te dice… —y agregó riendo: —La
llamo?, tenés tiempo?
Miré el reloj, eran las 14.
Me apresuré a decirle: sí, por supuesto que tengo tiempo.
Él sonrió y le dijo a la mujer que fuera pagando el
estacionamiento ya que entraríamos en el telo con su auto.
—Es más discreto que a pie, no te parece? —aclaró cuando
cerró el celu.
Y así fue.
…
Sacamos un turno largo que pagamos a medias.
Ya en la habitación ella abrazaba a su marido y lo besaba,
después paraba de besarlo y —tomada de la mano de él— me miraba: el mismo
jueguito del consultorio.
Entonces, él empezó a quitarle el suéter.
Recuerdo su corpiño blanco de encaje, las lolas no eran
chicas para su tamaño de mujer, sólo algo caiditas, como dije antes.
Ella volvió a besarlo en la boca, mientras me espiaba de
reojo. Me di cuenta que era todo un juego de seducción hacia el tercero. Al
final ya lo besaba pero mirándome todo el tiempo a mí con él entre nosotros.
Me acerqué y le dije al tipo: ¿puedo?
—Sí, obvio… Adelante…
Me puse detrás de ella y le desabroché el corpiño que cayó
de una.
¡Lindos pezones!
Y él en mi oído, mientras se aleja un poco de ella:
—Dale, dale, te la entrego ya.
Tenía la piel blanca. Pero pese a estar desnuda había algo
como de monja en ella, la cara, su actitud.
Puse mis labios derechito en su pezón izquierdo y dije al
marido: Tomale el otro pezón…
Vi que ella se sorprendía por mi pedido pero al minuto
gritaba como loca.
Era divino espiarle la cara, cara de excitación y recato a
la vez.
Nos agarraba con ambas manos de las nucas y nos decía: sí,
si, muchachos, así, así…
En un momento rocé su pubis y lo sentí muy mojado.
De pronto escuché que ella le dice: es el primer hombre que
se combina con vos para succionar mis pezones, ¿cómo no se nos ocurrió antes?
No decía lolas ni tetas ni concha ni nada que no fuera
“convencional”.
Aproveché para acariciar su clítoris y sentí un dedo del
tipo dentro de su vagina.
Entonces metí también un dedo en ese mismo lugar, en
realidad dos.
El tipo tenía dedos gordos pero yo los tengo delgados.
Él le decía cosas al oído y era evidente que ella venía
acabando como una perra.
Levanté la cabeza y la besé en la boca sin sacarle los dedos
de adentro de la vagina. Ella respondió metiendo su lengua en la mía.
En un momento el marido la besó en el cuello y ahí le hago una
seña para que la penetre.
Pero él me dice al oído: no, el invitado siempre primero, su
vagina es toda tuya, dale, dale, que ya está a punto…
Eran muy seductores, sabían jugar, decían las cosas en el
momento preciso.
—No, mejor vos primero —contesté al oído del gordito—, es tu
mujer.
Ella estaba expectante, quizá gozaba pensando quién la
cogería primero.
Hasta que al fin él tipo me dice:
—Bien, vamos a hacer algo que te permita tener su vagina
primero pero siendo yo el que inicie la penetración, así te quedás tranquilo y
ella no tiene que esperar más.
No entendía pero le dije riendo: A ver cómo te las arreglás
para hacer algo así …
Y ahí el tipo se pone detrás de ella, levanta apenas el
cuerpito de la mina y le mete un dedo en el ano, el mismo dedo ya muy mojado
por los jugos vaginales.
Yo no podía creerlo, la preparaba delante de mío para
sodomizarla. Ella me miraba con cara de vaca mientras él bombeaba su dedo en el
ano como su dueño absoluto.
Al minuto, ella ya no se reprimió más y empezó a los gritos.
Además lo besaba en la frente y en la cara dando vuelta apenas la cara, pero
sin dejarme de mirar de reojo.
Él de pronto levantó ese cuerpito blanco como si fuera una
pluma y lo dejó caer sobre su pene erecto, grueso y fuerte. El orificio anal de
ella era el punto de contacto ahora.
La ley de gravedad funcionó a pleno, vi cómo ella se
retorcía mientras desaparecía el pene de él en menos de quince segundos en su
orificio anal-
Una vez que la tuvo bien empalada pasaron de la posición de
sentados o acostados, ella sobre él, ambos con las caras hacía mí.
Ella separaba las piernas y era obvio que él me la ofrecía
de frente. Me ofrecía el otro orificio de ella, la vulva.
Mi pene después de semejante demostración era ya un obelisco.
La posición de ellos, además de caliente era estética.
—Ahí la tenés, ¿ves que se puede ser el segundo en
penetrarla pero el primero en su vagina?
Yo la monté, ella me recibió con un beso de lengua y sentí
que su vagina era una sopa.
Al principio le decíamos si nos sentía y ella contestaba
mucho, mucho, mucho.
Pero después se me ocurrió preguntarle al marido: ¿sentís
presionar mi miembro desde tu lado?
Y él contestaba: sí, por el otro conducto de ella te siento,
tenés buen aparato…
Vi que ella se excitaba más y entonces aumenté las preguntas
y comentarios al marido.
—No seas maldito —me dijo de pronto ella— me excita
demasiado que hablen entre ustedes, nadie lo hace charlando.
Yo le decía a él que tenía una mujer increíble.
Y él: ¿te imaginabas esto?
—No, no me lo imaginaba
—Ayer cuando llegamos a la noche a casa, hicimos el amor
pensando en vos —dijo él.
Ella se movía cada vez más excitada y no paraba de comerme
la boca, mientras comía con sus orificios de abajo los penes de su marido y
mío.
—Hoy al mediodía decidí llamarte aprovechando que había
quedado en mi celu el número de tu casa.
—Ah, ¿por eso me prestaste el celular?
—A ella se le ocurrió, era más discreto que pedírtelo
directamente.
Ella ya se movía a cien por hora y nos decía: No hablen más
intimidades de mí —pero era evidente que lo disfrutaba.
Y en un momento él me dice: ¿estás por acabar ya?
—Sí, creo que sí. ¿Le eyaculamos juntos?
Y sentía que ella llegaba a otro orgasmo…
Así que nos pasamos preguntándonos si le acabaríamos ya o
dentro de un rato y mientras tanto ella acababa a bocha.
Ya estábamos extenuados cuando eyaculé en su vagina.
Quedamos tendidos y el marido se levantó y fue al baño.
Empecé a charlar con ella.
—No creas que lo hacemos con cualquiera…
—Querida, no tenés por qué explicarme ni justificar nada.
—Bueno, te digo, me encantó tu presencia y además cómo
tratabas a ese chico que venía con vos.
—Es mi hijo.
—Se ve que sos un buen padre, un buen tipo, eso me decidió,
además de lo demás… y se echó a reír.
Estaba tan linda que sentí que me venía otra erección, el
marido estaba en el baño todavía.
Así que la empecé a besar y ella respondía con pasión.
La volqué hasta ponerla en cuatro.
—Te deseo de nuevo —me dijo—, dame antes de que vuelva mi
marido.
—¿Tu marido no se enojará por poseerte en su ausencia?
—Noooo, que va, pero quiero darle la sorpresa para cuando salga
del baño.
Y ahí me puse a caballito y la penetré vaginalmente, ella
jadeaba a lo yegua y trataba de besarme la boca o en la mejilla.
—¿Así que te gusté en el consultorio? —le dije.
—¿Así que te gusté en el consultorio? —le dije.
—Sí, ¿acaso yo no te gusté?
—Por supuesto que me gustaste
—¿Por qué?
—Besabas a tu marido, y después te quedabas mirándome
mientras él mantenía tu espaldita contra su pecho, era lindo ver eso, me
hiciste desearte. Querer compartirte.
—Sí, ya le había dicho al oído que estabas para comerte, él
sabe bien cuando hablo en serio.
—¿Y qué te dijo?
—Nada, sólo comentó por lo bajo: esperemos que haya
oportunidad, y ahí se dio lo del celular…
—Y vos que le contestaste?
—Nada, apenas me alcanzó el tiempo para decirle por lo bajo:
prestáselo rápido, mientras le guiñaba un ojo sin que mi nena nos viera.
—Él dudó un segundo y después sonrió: el número de tu casa
quedaría grabado y no habría necesidad de pedírtelo delante de todo el mundo.
—Muy astuta, me impresionó tu cara de angelita buena.
—Bueno, a la edad de mi hija quería ser monja.
—¿Y ahora?
—Sólo diablita con hombres como vos.
Al salir del baño, el marido se sorprendió al vernos en
pleno coito. Se acercó y le ofreció el pene a la altura de su boca.
Ella succionaba, mientras yo la bombeaba desde atrás.
Era hermoso verla venírse cada cinco minutos, era una
máquina de orgasmos.
Su vagina, un mar.
En un momento dejó de succionar al marido y me dijo con
cierto reproche: ¿acaso no me vas a hacer lo mismo que me hizo él cuando
entramos?
Saqué mi verga de su vagina y la puerteé en el ano, tenía
unas nalgas muy blancas, pensé en lamerle el orificio trasero pero vi su ano
muy dilatado. Mi pene, además, estaba bañado en sus jugos.
La acomodé un poco mejor. Su orificio anal era un círculo
rosado en los bordes pero negro en el interior, lo tenía bien abierto.
Apenas presioné, mi miembro calzo a pleno en su recto. Jadeaba
como una perra.
Bombearla analmente era lo mismo que hacérselo por la vulva.
Ella se sacudía, temblaba y pedía: más, dame más, más, más.
El marido se sentó a un costado y miraba con admiración. Tenía
una hembra demasiado buena en la cama, valía la pena masturbarse un poco…
Cuando ella gritó: sí, sí, sí, otra vez, otra vez tu semen…
vi que el marido lanzaba su chorro casi a la par que yo.
Salimos del hotel casi de noche, en las cercanías ya se
veían figuras extrañas vestidas con falda corta y piernas demasiado largas para
ser femeninas.
Nos despedimos con un beso mientras prometían llamarme,
siempre después del mediodía por supus…
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