Contribuido por el señor XX-19. Esto ocurrió alrededor de 2012.
Tuve mi primera experiencia gay con
un muchacho que manoteaba en el tren. Primero me resistí al sentir su mano pero
después se me paró muy fuerte y esperé para ver qué hacía. Fue hace unos tres o
cuatro años, yo tendría 34 años y él 29. Ferrocarril Sarmiento. Habíamos subido
en Once y antes de Caballito él ya me estaba pajeando.
La cosa fue así: siento que me
rozan la bragueta, serían las cinco y media de la tarde, el tren hasta el techo
de gente. Miro y veo un chabón flaquito, bien vestido aunque informal, de sport
digamos, yo de traje. El tipo plantado enfrente, bastante lindo, mirando para
otro lado y tocándome el bulto. Entendí que no era casual porque no era un
simple roce: buscaba acariciarme de abajo hacia arriba. Su mano bajaba hasta mis
testículos, los sopesaba y después subía despacio por el tronco de mi pene que
ya iba tomando forma. Entonces no aguanté más, pelé con el tren lleno de gente.
El tipo pegado a mi cuerpo, los abrigos disimulaban apenas. Agarró fuerte mi
verga y empezó a masturbarla por fuera del pantalón. No soy gay pero la idea de
que me lo hacía ahí, casi a la vista de todo el mundo, me calentó y mucho. Estaba
tan excitado que ni me importaba que alguien se avivara. Pero cada uno estaba
en la suya, apurados por volver a casa. Así que ambos parados en medio del
vagón cerca de la puerta y rodeados de gente. Por aquel entonces yo no usaba
ropa interior, así que fue directo dejársela desnuda en la mano, sin necesidad
de escarbar mucho dentro de mis ropas. En una de esas el flaquito me soltó el
pene, yo lo guardé a medias sin cerrarme la bragueta. Lo perdí de vista. Me
había movido un poco, creo que porque alguien me empujó por detrás para pasar. Me
desconcerté, no lo encontraba y como que me desesperé. Pero apareció como al
minuto y pugnó por acercarse. Yo quería ver hasta donde se atrevía, así que lo
dejé actuar. No pensaba cogérmelo, sólo quería que me masturbara.
De nuevo frente a frente y apretados.
Metió la mano en mi bragueta y la sacó de una. Los vecinos de viaje cada cual
en su mundo, como siempre en ese horario. Yo ya muy al palo. Me pajeó fuerte, esta
vez agarraba mi falo desde la raíz y pajeaba decidido, con muchas ganas. Fueron
apenas cuatro o cinco bombeadas furibundas, con mi prepucio cubriendo y
desnudando mi tronco alternativamente, hasta que estallé en una eyaculación
feroz. No pude contenerme. Si no manché a nadie de los de alrededor fue pura
casualidad.
Guardé como pude mi pene agotado y
cerré la bragueta. Habíamos llegado a Flores, barrio en que vivía por aquel
tiempo. Bajé y empecé a caminar por el andén. No sé por qué me di vuelta y ahí
veo que él también había bajado del tren y me seguía. Aminoré la marcha y
esperé a que se pusiera a la par.
—¿Te animás a un telo? —me dijo.
—Sí, pero mirá que soy activo.
Caminamos hacia Condarco y
entramos en un telo. Era la primera vez que entraba con un chabón en vez de hacerlo
con una mina. Pagué un turno y me devolvieron la llave de la habitación y unos preservativos,
atención de la casa. Al rato me enteré de que el tipo vivía por Ituzaingó, así
que Flores no le quedaba ni así de paso. Mejor, cuanto más lejos viviera mejor,
el tipo tenía novia y yo era casado. Bajé
expresamente por vos, me dijo, y esas palabras me pusieron de nuevo al
palo. Así que ya en la habitación se arrodilló y me succionó el pene sin
pensarlo dos veces. Qué sensación agradable, los dos en bolas y el flaquito
desnudo chupándome concentradísimo; chupando y pajeando a la par, tratando de
satisfacerme y satisfacerse, lo hacía como un esclavo sumiso. Me relajé. Había
bajado mi tensión.
De pronto le dije:
—Pará, pará porque no aguanto..
Alzó la cabeza y me dijo serio:
—Si querés, te chupo hasta el
final. Hago lo que más te guste.
—No, mejor ponete en cuatro. Pero
antes poneme el forro.
—Dale, ¿así?
Al rato me repuse y le digo:
—Yo acabé, ¿y vos?
—No importa.
—¿Cómo no importa? A mí sí me
importa —le aclaré.
Así que hice algo que nunca más
repetí en todos estos años. Sin dudarlo agarré su pija y lo masturbé. Era
chiquita pero atractiva. Y cuando se le puso dura, bien dura, me incliné sobre
ella. No sé qué se me pasó por la cabeza pero se la empecé a mamar hasta que me
explotó en la boca. Menos mal que le había puesto el segundo forro. No sé, fue
como en pago por todo lo que me había hecho sentir en el tren y ahora en el
telo. Me pareció que era lo menos que podía hacer por él. Sin levantarse, con
la espalda todavía contra el colchón estiró su mano y me acarició el pelo
mientras me decía sonriendo gracias, gracias. Yo estaba sentado medio de
costado, mirándolo. Se lo veía feliz.
De ahí pasamos al jacuzzi y,
franela va franela viene, se me empezó a parar de nuevo. Así que dentro del
jacuzzi nos empezamos a acariciar hasta que no aguantamos más y saltamos a la
cama. Solo nos quedaba un forro. No se nos ocurrió pedir otro por teléfono al
conserje. Así que el flaquito me lo puso sin dudar:
—Quiero que me cojas antes de
despedirnos, quiero tenerte en el recuerdo dentro mío para siempre.
Se acostó boca abajo, y de una yo
arriba de él. Sentí que mi erección se hacía más y más intensa a medida que iba
cubriendo su espalda. Esta vez no necesité que abriera sus nalgas con las
manos. Su culito y mi pene se buscaron solos. Mi pene penetró su cuerpo y él ya
gemía como una gata en celo.
Al rato acabó con todo, temblaba
de tanta excitación. Era divino sentir y mirar ese cuerpito entregado por
completo a mí.
Fue cuando me dijo:
—Ahora quiero ir arriba tuyo.
—Pero yo soy activo —le dije.
—No, tonto, arriba como pasivo
quiero ir —y se echó a reír.
Se sentó en mi pija y volvió a mover el culo en círculos mientras se pajeaba. Era la posición que más se parecía al coito con una mina. Así que se montaba, levantaba la cabeza, se pajeaba fuerte de paso, jadeaba, gemía, casi lloraba… pocas veces vi gozar así a alguien como ese flaquito lo hacía en esa posición. A los cinco o seis minutos explotamos los dos. Ahí nos vestimos, nos pasamos los teléfonos y cada cual por su lado. Nunca más lo volví a ver ni llamar.
Se sentó en mi pija y volvió a mover el culo en círculos mientras se pajeaba. Era la posición que más se parecía al coito con una mina. Así que se montaba, levantaba la cabeza, se pajeaba fuerte de paso, jadeaba, gemía, casi lloraba… pocas veces vi gozar así a alguien como ese flaquito lo hacía en esa posición. A los cinco o seis minutos explotamos los dos. Ahí nos vestimos, nos pasamos los teléfonos y cada cual por su lado. Nunca más lo volví a ver ni llamar.
Esa noche me pajeé varias veces
en su nombre. A mi mujer le tocó un día después. Mientras la cogía, también
pensaba en el flaquito…
(Manotazo)
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