jueves, 14 de mayo de 2015

Contribuido por el señor XX-19. Esto ocurrió alrededor de 2012.

Tuve mi primera experiencia gay con un muchacho que manoteaba en el tren. Primero me resistí al sentir su mano pero después se me paró muy fuerte y esperé para ver qué hacía. Fue hace unos tres o cuatro años, yo tendría 34 años y él 29. Ferrocarril Sarmiento. Habíamos subido en Once y antes de Caballito él ya me estaba pajeando.
La cosa fue así: siento que me rozan la bragueta, serían las cinco y media de la tarde, el tren hasta el techo de gente. Miro y veo un chabón flaquito, bien vestido aunque informal, de sport digamos, yo de traje. El tipo plantado enfrente, bastante lindo, mirando para otro lado y tocándome el bulto. Entendí que no era casual porque no era un simple roce: buscaba acariciarme de abajo hacia arriba. Su mano bajaba hasta mis testículos, los sopesaba y después subía despacio por el tronco de mi pene que ya iba tomando forma. Entonces no aguanté más, pelé con el tren lleno de gente. El tipo pegado a mi cuerpo, los abrigos disimulaban apenas. Agarró fuerte mi verga y empezó a masturbarla por fuera del pantalón. No soy gay pero la idea de que me lo hacía ahí, casi a la vista de todo el mundo, me calentó y mucho. Estaba tan excitado que ni me importaba que alguien se avivara. Pero cada uno estaba en la suya, apurados por volver a casa. Así que ambos parados en medio del vagón cerca de la puerta y rodeados de gente. Por aquel entonces yo no usaba ropa interior, así que fue directo dejársela desnuda en la mano, sin necesidad de escarbar mucho dentro de mis ropas. En una de esas el flaquito me soltó el pene, yo lo guardé a medias sin cerrarme la bragueta. Lo perdí de vista. Me había movido un poco, creo que porque alguien me empujó por detrás para pasar. Me desconcerté, no lo encontraba y como que me desesperé. Pero apareció como al minuto y pugnó por acercarse. Yo quería ver hasta donde se atrevía, así que lo dejé actuar. No pensaba cogérmelo, sólo quería que me masturbara.
De nuevo frente a frente y apretados. Metió la mano en mi bragueta y la sacó de una. Los vecinos de viaje cada cual en su mundo, como siempre en ese horario. Yo ya muy al palo. Me pajeó fuerte, esta vez agarraba mi falo desde la raíz y pajeaba decidido, con muchas ganas. Fueron apenas cuatro o cinco bombeadas furibundas, con mi prepucio cubriendo y desnudando mi tronco alternativamente, hasta que estallé en una eyaculación feroz. No pude contenerme. Si no manché a nadie de los de alrededor fue pura casualidad.
Guardé como pude mi pene agotado y cerré la bragueta. Habíamos llegado a Flores, barrio en que vivía por aquel tiempo. Bajé y empecé a caminar por el andén. No sé por qué me di vuelta y ahí veo que él también había bajado del tren y me seguía. Aminoré la marcha y esperé a que se pusiera a la par.
—¿Te animás a un telo? —me dijo.
—Sí, pero mirá que soy activo.
—Perfecto, yo soy pasivo.
Caminamos hacia Condarco y entramos en un telo. Era la primera vez que entraba con un chabón en vez de hacerlo con una mina. Pagué un turno y me devolvieron la llave de la habitación y unos preservativos, atención de la casa. Al rato me enteré de que el tipo vivía por Ituzaingó, así que Flores no le quedaba ni así de paso. Mejor, cuanto más lejos viviera mejor, el tipo tenía novia y yo era casado. Bajé expresamente por vos, me dijo, y esas palabras me pusieron de nuevo al palo. Así que ya en la habitación se arrodilló y me succionó el pene sin pensarlo dos veces. Qué sensación agradable, los dos en bolas y el flaquito desnudo chupándome concentradísimo; chupando y pajeando a la par, tratando de satisfacerme y satisfacerse, lo hacía como un esclavo sumiso. Me relajé. Había bajado mi tensión.
De pronto le dije:
—Pará, pará porque no aguanto..
Alzó la cabeza y me dijo serio:
—Si querés, te chupo hasta el final. Hago lo que más te guste.
—No, mejor ponete en cuatro. Pero antes poneme el forro.
—Dale, ¿así?

Y se puso en cuatro sobre la cama. Sus nalgas eran flaquitas pero blancas, muy atractivas. Yo nunca me había comido a un flaco, así que me volvió un poco la tensión. Ese momento en que no sabés si te va a funcionar el amigo. Pero él, canchero, ayudó abriéndose las nalgas con las manos. Esa demostración de entrega y el orificio oscuro pero grande me calentaron muchísimo. Así que me acerqué de punta. El flaquito, en cuanto lo puerteé, empezó a gemir. Era de culito muy sensible. Presioné apenas y el lubricante del forro hizo que mi pene resbalara bien hacia adentro. Una delicia. Cuando quise acordarme lo estaba penetrando a pleno. Gemía cada vez más fuerte. Eso me volvía loco. Me di cuenta que podía bombear su recto como si fuera la vagina de una mina. Entraba y salía con perfecta suavidad. Encima el flaquito se movía en círculos. Así que yo entraba a fondo y casi salía pero volvía a entrar y así. Él moviendo sus nalgas, dando la vuelta al mundo. Ay, me acuerdo y tengo una erección… Dicen que hay pasivos que mueven el cuerpo hacia delante y hacia atrás estando en cuatro patas para clavarse y desclavarse el miembro del activo, pero este flaquito no, lo hacía en círculos, tal como algunas minas mueven las caderas cuando se las penetra por la vulva. Sentí que la pija me explotaba. Sus gemidos, sus movimientos, sus nalgas blancas, el calor de su recto que me atrapaba con justeza, la calentura que venía ya desde el tren, fue como demasiado… Eyaculé a los dos o tres minutos apenas. Él dio un intenso gemido y quedamos planchados contra las sábanas. Uno sobre el otro, exactamente yo sobre él.
Al rato me repuse y le digo:
—Yo acabé, ¿y vos?
—No importa.
—¿Cómo no importa? A mí sí me importa —le aclaré.
Así que hice algo que nunca más repetí en todos estos años. Sin dudarlo agarré su pija y lo masturbé. Era chiquita pero atractiva. Y cuando se le puso dura, bien dura, me incliné sobre ella. No sé qué se me pasó por la cabeza pero se la empecé a mamar hasta que me explotó en la boca. Menos mal que le había puesto el segundo forro. No sé, fue como en pago por todo lo que me había hecho sentir en el tren y ahora en el telo. Me pareció que era lo menos que podía hacer por él. Sin levantarse, con la espalda todavía contra el colchón estiró su mano y me acarició el pelo mientras me decía sonriendo gracias, gracias. Yo estaba sentado medio de costado, mirándolo. Se lo veía feliz.
De ahí pasamos al jacuzzi y, franela va franela viene, se me empezó a parar de nuevo. Así que dentro del jacuzzi nos empezamos a acariciar hasta que no aguantamos más y saltamos a la cama. Solo nos quedaba un forro. No se nos ocurrió pedir otro por teléfono al conserje. Así que el flaquito me lo puso sin dudar:
—Quiero que me cojas antes de despedirnos, quiero tenerte en el recuerdo dentro mío para siempre.
Se acostó boca abajo, y de una yo arriba de él. Sentí que mi erección se hacía más y más intensa a medida que iba cubriendo su espalda. Esta vez no necesité que abriera sus nalgas con las manos. Su culito y mi pene se buscaron solos. Mi pene penetró su cuerpo y él ya gemía como una gata en celo.
Al rato acabó con todo, temblaba de tanta excitación. Era divino sentir y mirar ese cuerpito entregado por completo a mí.
Fue cuando me dijo:
—Ahora quiero ir arriba tuyo.
—Pero yo soy activo —le dije.
—No, tonto, arriba como pasivo quiero ir —y se echó a reír.


Se sentó en mi pija y volvió a mover el culo en círculos mientras se pajeaba. Era la posición que más se parecía al coito con una mina. Así que se montaba, levantaba la cabeza, se pajeaba fuerte de paso, jadeaba, gemía, casi lloraba… pocas veces vi gozar así a alguien como ese flaquito lo hacía en esa posición. A los cinco o seis minutos explotamos los dos. Ahí nos vestimos, nos pasamos los teléfonos y cada cual por su lado. Nunca más lo volví a ver ni llamar.

Esa noche me pajeé varias veces en su nombre. A mi mujer le tocó un día después. Mientras la cogía, también pensaba en el flaquito…

(Manotazo)

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