jueves, 7 de mayo de 2015

Contribuido por el señor XX-18.

Esa chica no era una chica, era un monumento.
Hija de lituanos, alta, rubia, voluptuosa, unas lolas de 100 cm y un culo de película, encima linda de jeta, unos 25 años más o menos.
Vivía entonces por la línea del Ferrocarril San Martín.
Pero ese día tomó el Ferrocarril Belgrano que va a Don Torcuato, parece que había un accidente en la otra línea.
A la hora que lo tomó, las 19, el tren venía al tope, te hablo de hace muchos años, por 1975 o 1980…
Viajé mucho en ese tren y te aseguro que por la época a que se refiere, los apretujones eran así a esa hora.
En Retiro algunos entraban hasta por las ventanillas para conseguir asiento, las ventanillas eran por entonces del tipo guillotina.
Ella misma se lo contó a mi mujer con la que son muy amigas.
No voy a citar nombres, obviamente.
A la altura de la estación Saldías a la rubia la apoya por detrás un morochazo enorme.
No había dónde corno moverse de apretujada que estaba la cosa.
El morochazo estaba al palo contra el culo de la mina.
Ella trataba de zafar pero era imposible, paredes humanas por todos lados.
Dicen que esas apoyadas se dan muy seguido en las horas pico.
A mí me pasó una vez que una culona me apoyara el trasero viniendo en un colectivo sin que yo lo buscara.
Bueno, no me desvío, el morochazo estaba bien al palo contra el culo de la rubia.
Otro tipo enfrente de ella se avivó que la mina quería zafar.
Ve que la rubia da vuelta como puede la cabeza para mirar con cara de orto al que tenía atrás apoyándola justamente en el ídem.
Cualquier guacho diría qué boluda, ja, ja, ja.
El morochazo de atrás se hacía el boludo mirando al techo, clásico, pero sin rebajar un milímetro la apoyada.
Y ahí el morocho de adelante la entra a franelear de frente.
Si el otro puede… ¿por qué no yo?
La mina se pone colorada pero no protesta.
Le dijo a mi mujer que sentía dos enormes aparatos.
Al rato empieza a moverse levemente también el de atrás.
Encima el bamboleo del vagón, ese ferrocarril es de trocha angosta y se mueve más que un bote en medio de una marejada.
A la altura de Ciudad Universitaria la mina ya estaba que ardía porque los tipos iban a ritmo y ni en pedo quería zafarse, así le confesó a mi mujer.
Además siempre le habían gustado los morochazos.
Astaba hasta la coronilla de que los viejos le dijeran que debía casarse con un lituano, hijo de lituanos , que tuviera cien generaciones de lituanos encima.
O a lo sumo con un alemán o escandinavo, pero lituano mejor, nena.
De hecho se casó sí, años después, pero con un latino y la familia tuvo que comérsela. Semejante minón cómo no se iba a casar.
Al acercarse a Aristóbulo del Valle la rubia piensa que ahí bajarán muchos pasajeros.
Cierto que subirán otro tanto. Pero que en el ínterin quedarían menos apretujados, aunque más no sea por unos minutos.
Para entonces ella estaba a full de caliente.
Encima entre dos morochos por falta de uno.
Pensó: ¡qué lástima, pronto habrá que separarse!
Al llegar a Aristóbulo, la mina busca meter mano en la bragueta del de atrás, que sea a modo de despedida, piensa.
Entra a putearse en silencio porque la bragueta era con botones y no de cierre relámpago.
Pero el tipo de atrás, muy atento, le conduce la manito.
El tren por fin se detiene en Aristóbulo.
Muchos pasajeros salen, pero ella ve con alivio que también entran muchos.
Un malón por la puerta que está frente a ella… pero a la izquierda del malon, otro malón que sube a la par.
Todos a los empujones y a las puteadas.
Hay gente capaz de matar por un asiento en hora pico.
En medio del bolonqui, el morochazo pegado al trasero la atrae despacito hacia la puerta cerrada que está a su espalda.
Con disimulo, el morochazo de frente sigue el movimiento, ella se deja guiar. Para entonces son un sándwich perfecto.
Sienten empujones y apretujones por todos lados.
Montones de tipos apurados hacia todas partes.
Nadie da bola a nadie, lo que menos hacen es fijarse en ellos tres.
la rubia ve de reojo que el de adelante le guiña un ojo al de atrás y alcanza apenas a disimular la risa.
Quedan en un rincón, entre un tabique del vagón y la puerta cerrada del lado derecho del tren.
El morocho de atrás pela su verga apretada contra el culo de la mina.
La mina tiene minifalda, ella siente que se la levanta.
Pero antes la rubia cierra su mano en el fuerte tronco del morocho trasero.
El del frente se aviva que la mina ya hace como un semijadeo.
Y ahí le dice al oído: bajame el cierre, rubia.
Ella no dice nada, pero un minuto después se lo baja.
Los tipos repegados a ella.
Ella con un tapado en la mano y el de adelante con una campera.
Ambas prendas puestas sobre el antebrazo que mejor los protege de miradas indiscretas. Del lado del tabique no hace falta, el tabique basta y sobra para cubrirlos de curiosos.
El de atrás se mueve lenta pero constantemente.
Ella vuelve a hacer un medio jadeo y frunce el ceño.
El de adelante entiende que algo pasa.
Se le acerca al oído: ¿te está cogiendo en serio, rubia?
Ella no contesta pero lo mira con ojos de vaca y abre la boca a pleno.
El de adelante sonríe, era fija que el otro la estaba empomando de cola.
Entonces el del frente le corre con su pija alzada la bombachita hacia el mismo costado que el otro ya le había corrido antes desde atrás.
Ahora ella siente la pija puerteando su concha.
La rubia le dijo a mi señora que ya no veía la hora de que el de adelante se la pusiera de una vez.
Separa todo lo que puede las piernas, las arquea para facilitar la cosa.
El de adelante entre bamboleos del tren y fallas en su ataque logra al fin colocársela.
La mina ya tiene las dos vergas bien adentro.
Al llegar a Boulogne el de adelante les dice al oído, mientras la siguen bombeando despacito, casi imperceptiblemente, que debe bajar ahí…
Ella le pone cara triste y entonces el tipo se queda.
Al ratito le sacan las dos vergas y las guardan como pueden.
Sabían que era mucha la gente que bajaba en Boulogne, no era igual que en Aristóbulo.
Así que dejan de cogerla.
La gente baja en malón.
Ella les avisa que debe bajar en Don Torcuato.
El de atrás le dice que vive más lejos, en Del Viso, pero sabe que en Don Torcuato hay un bosquecito muy piola, cerca de la estación.
El de Boulogne le pregunta si está de acuerdo.
Todo esto de oído a oído para que nadie se dé cuenta.
En ese tiempo no había telos swinger ni nada parecido.
Ella no habla pero asiente con la cabeza.
No ve la hora de que la penetren de nuevo.
Al bajar del tren en Don Torcuato, los tres caminan como si nada por el andén.
Lo hacen en fila india, el morochazo de atrás ahora está delante de ella y les hace de guía.
Cruzan tranquilos las vías pasando al andén que va a Retiro.
Mucha gente que bajó con ellos va hacia las paradas de los colectivos que están hacia el lado del Hindu Club.
Por un momento se detienen para que la gente los vaya superando, no se hablan, ni siquiera se miran, sólo se comunican por señas disimuladas.
Cuando todos pasaron, los tres prosiguen muy lentamente.
El morochazo que hace de guía sigue la veredita que bordea el bosquecito.
La rubia ve que tiene buenas espaldas y mejor cola.
Al que la sigue no hace falta mirarlo, lo tuvo todo el tiempo de frente mientras la cogían.
A esta altura mi mujer le preguntó si no le daba miedo ir con dos desconocidos a un lugar tan apartado.
La rubia le dijo sonriendo que ya no eran “tan desconocidos”, pero que además estaba recaliente. Y por los anillos sabía que eran casados.
Mi mujer le dice: ¿y qué importaba que fueran casados?
La rubia contesta: no sé, me daban más seguridad, sabía que no me iban a hacer daño, sólo pretendían lo mismo que yo.
Entran al bosquecito cuando ya no hay nadie a la vista.
Ya es de noche, son como las 20 o quizá más.
Se meten muy profundo entre los eucaliptos.
La luna filtra una semi penumbra entre esos árboles inmensos.
El que hace de guía le dice: ¿te parece bien acá, rubia?
Ella sonríe y dice: sí, es un buen lugar…
Los tipos se sacan los pantalones y los calzoncillos.
Ella les abre las camisas, quiere ver y sentir esas pieles.
La acarician a dúo.
Uno le dice: no te saques nada, rubia, nosotros nos encargamos…
Ella encantada, besa esos cuerpos divinos mientras siente que la van desnudando con delicadeza. Esos cuerpos fuertes, oscuros, esos cuerpos que contrastan con su piel tan blanca.
Ponen las camperas en el suelo armando la cosa a modo de cama, después todo el resto de la ropa arriba.
Encima de todo el tapado de ella con el interior sedoso hacia arriba.
Le preguntan si está bien, ella les dice que está encantada.
La besan en el cuello y la espalda, uno de ellos sigue hacia abajo mientras el otro le come la boca.
Con el de Boulogne se meten las lenguas hasta donde pueden, mientras siente que la lengua del de Del Viso juega en su clítoris. Es obvio que son casados, piensa, saben hacerlo…
Se habían olvidado de sacarle el corpiño pero cuando ven que ella misma se lo saca, van juntos hacia los dos pezones.
Ella siente en paralelo una boca en cada pezón.
Los tipos incluso cambian de lugar para chupar el pezón que no chuparon antes.
No paran de decirle que es una mujer preciosa.
Ella encantada de tener dos machazos para ella sola. Se imagina en medio de una selva durante meses, años.
Desde chica le gustaban los tipos así.
—Los rubios —dice— me caen insulsos.
La besan en la boca, en el cuello, por la espalda, por todos lados.
En un momento uno de ellos, el de Boulogne, le mete la lengua en el culito mientras se está besando con el otro.
Ella responde como una gata a todos los mimos.
Y por fin dice: háganme lo mismo que en el tren, nunca nadie me hizo algo así.
Ellos se ríen y le contestan que tampoco ellos habían hecho eso jamás.
El de Boulogne entonces la toma de la cintura y la pone en cuatro patas.
Ella clava sus uñas en el tapado de piel y él su pene dentro de ella.
El otro observa satisfecho mientras toquetea su pene para que se ponga bien duro.
Ella siente que su culito cede a la presión del de Boulogne y se abre con facilidad, la saliva había dado resultado.
Ve que el de Del Viso ahora se masturba lentamente, quiere estar bien alzado para cuando tenga que intervenir.
El de Boulogne se tira de espaldas sobre el tapado con ella empalada encima desde atrás y se la ofrece al otro morocho para que la penetre vaginalmente.
Ella escucha que el de debajo le dice al de arriba: ¿viste qué concha divina que tiene?
Y el otro que contesta: sí, es divina, muy cálida, jugosa, perfecta.
Ella jadea, la pone a mil que los tipos hablen de ella entre ellos mientras la cogen duro.
Esos tipos me volvieron loca, le dice a mi mujer.
Ella se mueve como puede entre esas dos murallas de carne.
Sentía sus músculos, besaba el cuello del de arriba y se dejaba besar el cuello y la nuca por el de atrás.
De tanto en tanto ella misma dejaba una boca y pasaba a la otra.
Movía la lengua cada vez que podía meterla entre los labios de alguno.
Se da cuenta que ahí puede jadear y gritar a su gusto.
En el tren tenía que reprimir los jadeos y llegar a orgasmos silenciosos.
Al verla jadear y pedir más y más, los tipos se entusiasman, le dicen cosas:
—Seeee, así, así, vamos, cogé, cogé, rubia, dale, ay que linda que sos… 
Al fin siente que le eyaculan en el culo.
Ella dice: no leche, no.
Lo dice más por excitarlos y excitarse que por otra cosa, el chorro fue potente.
El de adelante le dice: sí, sí, rubia, y además te voy a preñar.
Pura excitación, la mina no estaba en tiempo de quedar, se los había dicho entre Boulogne y Torcuato, así que valía toda fantasía.
Así que ella sigue la tierna mentira: sí, sí, sí, háganme un machito igual que ustedes, qué digo uno, dos, quiero dos como ustedes…
El que está dentro del culo cambia y trata de entrarle por la vagina sin mover su posición.
Al contarle a mi mujer, la rubia tenían los ojos chispeantes.
El de abajo por fin lo logra, ella está ahora con las dos vergas dentro del conducto vaginal y aúlla de placer.
Nunca tuve algo así, nunca, le dijo a mi mujer.
Al fin siente una eyaculación, no puede precisar bien si es el de arriba o el de abajo. Tampoco le importa porque al minuto recibe otro lechazo que la deja plena.
Los dos se preparan para levantarse pero ella les pide que se sienten.
Ahora ella dirigirá la cosa. Ellos sonriendo la dejan hacer.
Ven como la rubia succiona una pija, la deja, y va por la otra.
Ellos se miran, y uno le dice al otro: la verdad es que es para llevarla a casa.
Y el otro que contesta: sí, el tema es qué hacemos con nuestras brujas.
Los tres se echan a reír, y ella sigue chupando cuanto puede, pasando la lengua, limpiando agradecida.
Chupa y chupa hasta que los dos penes pierden turgencia.
Al rato se paran los tres, ellos la ayudan a vestirse, vos no hacés nada, y la visten como buenos caballeros.
Nadie habla después aunque se sonríen, no se atreven a preguntarse sus nombres.
Los dos morochos la acompañan hasta la parada del colectivo.
Mientras esperan, uno de ellos, el de Del Viso, parece querer decirle algo, el otro mira expectante. Pero no se atreve a decir nada, después hace un gesto de desconsuelo, murmura algo que nadie entiende, o que todos entienden.
Ella le confiesa a mi mujer que si le pedían el teléfono no se los hubiera dado pero que habría aceptado el de ellos.
El colectivo llega, ella sube, ellos se quedan un rato como esperando algo frente a la ventanilla.
Son buena gente, piensa ella.
De pronto ve que al de Boulogne se le está cayendo una lágrima, del otro no sabe porque se está mirando la punta de los zapatos pero intuye que también está triste.
Cuando el colectivo parte, ella los saluda con la mano, después no puede detener el llanto, sabe que no los verá más

(El tren)


No hay comentarios:

Publicar un comentario