Contribuido por el señor XX-18.
Esa chica no era una chica, era
un monumento.
Hija de lituanos, alta, rubia,
voluptuosa, unas lolas de 100
cm y un culo de película, encima linda de jeta, unos 25
años más o menos.
Vivía entonces por la línea del
Ferrocarril San Martín.
Pero ese día tomó el Ferrocarril
Belgrano que va a Don Torcuato, parece que había un accidente en la otra línea.
A la hora que lo tomó, las 19, el
tren venía al tope, te hablo de hace muchos años, por 1975 o 1980…
Viajé mucho en ese tren y te
aseguro que por la época a que se refiere, los apretujones eran así a esa hora.
En Retiro algunos entraban hasta
por las ventanillas para conseguir asiento, las ventanillas eran por entonces
del tipo guillotina.
Ella misma se lo contó a mi mujer
con la que son muy amigas.
No voy a citar nombres,
obviamente.
A la altura de la estación
Saldías a la rubia la apoya por detrás un morochazo enorme.
No había dónde corno moverse de
apretujada que estaba la cosa.
El morochazo estaba al palo
contra el culo de la mina.
Ella trataba de zafar pero era
imposible, paredes humanas por todos lados.
Dicen que esas apoyadas se dan
muy seguido en las horas pico.
A mí me pasó una vez que una
culona me apoyara el trasero viniendo en un colectivo sin que yo lo buscara.
Bueno, no me desvío, el morochazo
estaba bien al palo contra el culo de la rubia.
Otro tipo enfrente de ella se
avivó que la mina quería zafar.
Ve que la rubia da vuelta como
puede la cabeza para mirar con cara de orto al que tenía atrás apoyándola
justamente en el ídem.
Cualquier guacho diría qué
boluda, ja, ja, ja.
El morochazo de atrás se hacía el
boludo mirando al techo, clásico, pero sin rebajar un milímetro la apoyada.
Y ahí el morocho de adelante la
entra a franelear de frente.
Si el otro puede… ¿por qué no yo?
La mina se pone colorada pero no
protesta.
Le dijo a mi mujer que sentía dos
enormes aparatos.
Al rato empieza a moverse
levemente también el de atrás.
Encima el bamboleo del vagón, ese
ferrocarril es de trocha angosta y se mueve más que un bote en medio de una
marejada.
A la altura de Ciudad
Universitaria la mina ya estaba que ardía porque los tipos iban a ritmo y ni en
pedo quería zafarse, así le confesó a mi mujer.
Además siempre le habían gustado
los morochazos.
Astaba hasta la coronilla de que
los viejos le dijeran que debía casarse con un lituano, hijo de lituanos , que
tuviera cien generaciones de lituanos encima.
O a lo sumo con un alemán o
escandinavo, pero lituano mejor, nena.
De hecho se casó sí, años
después, pero con un latino y la familia tuvo que comérsela. Semejante minón
cómo no se iba a casar.
Al acercarse a Aristóbulo del
Valle la rubia piensa que ahí bajarán muchos pasajeros.
Cierto que subirán otro tanto. Pero
que en el ínterin quedarían menos apretujados, aunque más no sea por unos minutos.
Para entonces ella estaba a full
de caliente.
Encima entre dos morochos por
falta de uno.
Pensó: ¡qué lástima, pronto habrá
que separarse!
Al llegar a Aristóbulo, la mina
busca meter mano en la bragueta del de atrás, que sea a modo de despedida, piensa.
Entra a putearse en silencio
porque la bragueta era con botones y no de cierre relámpago.
Pero el tipo de atrás, muy
atento, le conduce la manito.
El tren por fin se detiene en
Aristóbulo.
Muchos pasajeros salen, pero ella
ve con alivio que también entran muchos.
Un malón por la puerta que está
frente a ella… pero a la izquierda del malon, otro malón que sube a la par.
Todos a los empujones y a las
puteadas.
Hay gente capaz de matar por un
asiento en hora pico.
En medio del bolonqui, el
morochazo pegado al trasero la atrae despacito hacia la puerta cerrada que está
a su espalda.
Con disimulo, el morochazo de
frente sigue el movimiento, ella se deja guiar. Para entonces son un sándwich
perfecto.
Sienten empujones y apretujones
por todos lados.
Montones de tipos apurados hacia
todas partes.
Nadie da bola a nadie, lo que
menos hacen es fijarse en ellos tres.
la rubia ve de reojo que el de
adelante le guiña un ojo al de atrás y alcanza apenas a disimular la risa.
Quedan en un rincón, entre un
tabique del vagón y la puerta cerrada del lado derecho del tren.
El morocho de atrás pela su verga
apretada contra el culo de la mina.
La mina tiene minifalda, ella
siente que se la levanta.
Pero antes la rubia cierra su
mano en el fuerte tronco del morocho trasero.
El del frente se aviva que la
mina ya hace como un semijadeo.
Y ahí le dice al oído: bajame el
cierre, rubia.
Ella no dice nada, pero un minuto
después se lo baja.
Los tipos repegados a ella.
Ella con un tapado en la mano y
el de adelante con una campera.
Ambas prendas puestas sobre el
antebrazo que mejor los protege de miradas indiscretas. Del lado del tabique no
hace falta, el tabique basta y sobra para cubrirlos de curiosos.
El de atrás se mueve lenta pero
constantemente.
Ella vuelve a hacer un medio
jadeo y frunce el ceño.
El de adelante entiende que algo
pasa.
Se le acerca al oído: ¿te está
cogiendo en serio, rubia?
Ella no contesta pero lo mira con
ojos de vaca y abre la boca a pleno.
El de adelante sonríe, era fija
que el otro la estaba empomando de cola.
Entonces el del frente le corre
con su pija alzada la bombachita hacia el mismo costado que el otro ya le había
corrido antes desde atrás.
Ahora ella siente la pija
puerteando su concha.
La rubia le dijo a mi señora que
ya no veía la hora de que el de adelante se la pusiera de una vez.
Separa todo lo que puede las
piernas, las arquea para facilitar la cosa.
El de adelante entre bamboleos
del tren y fallas en su ataque logra al fin colocársela.
La mina ya tiene las dos vergas
bien adentro.
Al llegar a Boulogne el de
adelante les dice al oído, mientras la siguen bombeando despacito, casi
imperceptiblemente, que debe bajar ahí…
Ella le pone cara triste y
entonces el tipo se queda.
Al ratito le sacan las dos vergas
y las guardan como pueden.
Sabían que era mucha la gente que
bajaba en Boulogne, no era igual que en Aristóbulo.
Así que dejan de cogerla.
La gente baja en malón.
Ella les avisa que debe bajar en
Don Torcuato.
El de atrás le dice que vive más
lejos, en Del Viso, pero sabe que en Don Torcuato hay un bosquecito muy piola,
cerca de la estación.
El de Boulogne le pregunta si
está de acuerdo.
Todo esto de oído a oído para que
nadie se dé cuenta.
En ese tiempo no había telos
swinger ni nada parecido.
Ella no habla pero asiente con la
cabeza.
No ve la hora de que la penetren
de nuevo.
Al bajar del tren en Don
Torcuato, los tres caminan como si nada por el andén.
Lo hacen en fila india, el
morochazo de atrás ahora está delante de ella y les hace de guía.
Cruzan tranquilos las vías
pasando al andén que va a Retiro.
Mucha gente que bajó con ellos va
hacia las paradas de los colectivos que están hacia el lado del Hindu Club.
Por un momento se detienen para
que la gente los vaya superando, no se hablan, ni siquiera se miran, sólo se
comunican por señas disimuladas.
Cuando todos pasaron, los tres
prosiguen muy lentamente.
El morochazo que hace de guía
sigue la veredita que bordea el bosquecito.
La rubia ve que tiene buenas
espaldas y mejor cola.
Al que la sigue no hace falta
mirarlo, lo tuvo todo el tiempo de frente mientras la cogían.
A esta altura mi mujer le
preguntó si no le daba miedo ir con dos desconocidos a un lugar tan apartado.
La rubia le dijo sonriendo que ya
no eran “tan desconocidos”, pero que además estaba recaliente. Y por los
anillos sabía que eran casados.
Mi mujer le dice: ¿y qué
importaba que fueran casados?
La rubia contesta: no sé, me
daban más seguridad, sabía que no me iban a hacer daño, sólo pretendían lo
mismo que yo.
Entran al bosquecito cuando ya no
hay nadie a la vista.
Ya es de noche, son como las 20 o
quizá más.
Se meten muy profundo entre los
eucaliptos.
La luna filtra una semi penumbra
entre esos árboles inmensos.
El que hace de guía le dice: ¿te
parece bien acá, rubia?
Ella sonríe y dice: sí, es un
buen lugar…
Los tipos se sacan los pantalones
y los calzoncillos.
Ella les abre las camisas, quiere
ver y sentir esas pieles.
La acarician a dúo.
Uno le dice: no te saques nada,
rubia, nosotros nos encargamos…
Ella encantada, besa esos cuerpos
divinos mientras siente que la van desnudando con delicadeza. Esos cuerpos
fuertes, oscuros, esos cuerpos que contrastan con su piel tan blanca.
Ponen las camperas en el suelo
armando la cosa a modo de cama, después todo el resto de la ropa arriba.
Encima de todo el tapado de ella
con el interior sedoso hacia arriba.
Le preguntan si está bien, ella
les dice que está encantada.
La besan en el cuello y la
espalda, uno de ellos sigue hacia abajo mientras el otro le come la boca.
Con el de Boulogne se meten las
lenguas hasta donde pueden, mientras siente que la lengua del de Del Viso juega
en su clítoris. Es obvio que son casados, piensa, saben hacerlo…
Se habían olvidado de sacarle el
corpiño pero cuando ven que ella misma se lo saca, van juntos hacia los dos
pezones.
Ella siente en paralelo una boca
en cada pezón.
Los tipos incluso cambian de
lugar para chupar el pezón que no chuparon antes.
No paran de decirle que es una
mujer preciosa.
Ella encantada de tener dos
machazos para ella sola. Se imagina en medio de una selva durante meses, años.
Desde chica le gustaban los tipos
así.
—Los rubios —dice— me caen
insulsos.
La besan en la boca, en el
cuello, por la espalda, por todos lados.
En un momento uno de ellos, el de
Boulogne, le mete la lengua en el culito mientras se está besando con el otro.
Ella responde como una gata a
todos los mimos.
Y por fin dice: háganme lo mismo
que en el tren, nunca nadie me hizo algo así.
Ellos se ríen y le contestan que
tampoco ellos habían hecho eso jamás.
El de Boulogne entonces la toma
de la cintura y la pone en cuatro patas.
Ella clava sus uñas en el tapado
de piel y él su pene dentro de ella.
El otro observa satisfecho
mientras toquetea su pene para que se ponga bien duro.
Ella siente que su culito cede a
la presión del de Boulogne y se abre con facilidad, la saliva había dado
resultado.
Ve que el de Del Viso ahora se
masturba lentamente, quiere estar bien alzado para cuando tenga que intervenir.
El de Boulogne se tira de
espaldas sobre el tapado con ella empalada encima desde atrás y se la ofrece al
otro morocho para que la penetre vaginalmente.
Ella escucha que el de debajo le
dice al de arriba: ¿viste qué concha divina que tiene?
Y el otro que contesta: sí, es
divina, muy cálida, jugosa, perfecta.
Ella jadea, la pone a mil que los
tipos hablen de ella entre ellos mientras la cogen duro.
Esos tipos me volvieron loca, le dice
a mi mujer.
Ella se mueve como puede entre
esas dos murallas de carne.
Sentía sus músculos, besaba el
cuello del de arriba y se dejaba besar el cuello y la nuca por el de atrás.
De tanto en tanto ella misma
dejaba una boca y pasaba a la otra.
Movía la lengua cada vez que
podía meterla entre los labios de alguno.
Se da cuenta que ahí puede jadear
y gritar a su gusto.
En el tren tenía que reprimir los
jadeos y llegar a orgasmos silenciosos.
Al verla jadear y pedir más y
más, los tipos se entusiasman, le dicen cosas:
—Seeee, así, así, vamos, cogé,
cogé, rubia, dale, ay que linda que sos…
Al fin siente que le eyaculan en el
culo.
Ella dice: no leche, no.
Lo dice más por excitarlos y
excitarse que por otra cosa, el chorro fue potente.
El de adelante le dice: sí, sí,
rubia, y además te voy a preñar.
Pura excitación, la mina no
estaba en tiempo de quedar, se los había dicho entre Boulogne y Torcuato, así
que valía toda fantasía.
Así que ella sigue la tierna
mentira: sí, sí, sí, háganme un machito igual que ustedes, qué digo uno, dos,
quiero dos como ustedes…
El que está dentro del culo
cambia y trata de entrarle por la vagina sin mover su posición.
Al contarle a mi mujer, la rubia
tenían los ojos chispeantes.
El de abajo por fin lo logra,
ella está ahora con las dos vergas dentro del conducto vaginal y aúlla de
placer.
Nunca tuve algo así, nunca, le
dijo a mi mujer.
Al fin siente una eyaculación, no
puede precisar bien si es el de arriba o el de abajo. Tampoco le importa porque
al minuto recibe otro lechazo que la deja plena.
Los dos se preparan para
levantarse pero ella les pide que se sienten.
Ahora ella dirigirá la cosa. Ellos
sonriendo la dejan hacer.
Ven como la rubia succiona una
pija, la deja, y va por la otra.
Ellos se miran, y uno le dice al
otro: la verdad es que es para llevarla a casa.
Y el otro que contesta: sí, el
tema es qué hacemos con nuestras brujas.
Los tres se echan a reír, y ella
sigue chupando cuanto puede, pasando la lengua, limpiando agradecida.
Chupa y chupa hasta que los dos
penes pierden turgencia.
Al rato se paran los tres, ellos
la ayudan a vestirse, vos no hacés nada, y la visten como buenos caballeros.
Nadie habla después aunque se
sonríen, no se atreven a preguntarse sus nombres.
Los dos morochos la acompañan
hasta la parada del colectivo.
Mientras esperan, uno de ellos,
el de Del Viso, parece querer decirle algo, el otro mira expectante. Pero no se
atreve a decir nada, después hace un gesto de desconsuelo, murmura algo que
nadie entiende, o que todos entienden.
Ella le confiesa a mi mujer que
si le pedían el teléfono no se los hubiera dado pero que habría aceptado el de
ellos.
El colectivo llega, ella sube,
ellos se quedan un rato como esperando algo frente a la ventanilla.
Son buena gente, piensa ella.
De pronto ve que al de Boulogne
se le está cayendo una lágrima, del otro no sabe porque se está mirando la
punta de los zapatos pero intuye que también está triste.
Cuando el colectivo parte, ella
los saluda con la mano, después no puede detener el llanto, sabe que no los
verá más
(El tren)
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